
Este curso, el alumnado de 4º de ESO y 1º de Bachillerato realizó su viaje de fin de etapa a la isla de Tenerife, acompañados por cuatro docentes. El viaje tuvo lugar entre los días 19 y 24 de mayo y se convirtió en una vivencia cargada de aprendizajes, descubrimientos y conexión con una realidad insular que invita a mirar el mundo desde otra perspectiva.
Durante su estancia, el grupo exploró diversos espacios de valor natural, cultural e histórico. Uno de los momentos más intensos fue la visita al Parque Nacional del Teide, donde se alza el volcán que da forma y sentido a toda la isla. Desde el fondo oceánico hasta su cumbre, el Teide es una elevación única en el planeta. Su entorno, modelado por erupciones, alisios y altitudes cambiantes, alberga formas de vida que han sabido adaptarse al aislamiento, al viento y al sol.
Tenerife se encuentra muy cerca del Trópico de Cáncer, una franja geográfica que influye directamente en su clima y diversidad biológica. Esta proximidad, junto con la acción constante de los vientos alisios, genera microclimas y contrastes que sorprenden: desde zonas secas de costa hasta bosques húmedos en las medianías y paisajes de alta montaña casi lunares. Esta variedad ha permitido el desarrollo de una flora única, con especies adaptadas a las particularidades de cada altitud y orientación.
Entre estas especies singulares están el tajinaste rojo, que crece sobre lavas antiguas en las faldas del Teide, y los pinares de Pinus canariensis, resistentes al fuego y capaces de regenerarse después de incendios, como si llevaran el código de la supervivencia grabado en su corteza.
El alumnado también recorrió San Cristóbal de La Laguna, ciudad cuyo trazado urbano —organizado en líneas rectas y plazas abiertas— fue tomado como modelo para muchas de las ciudades que se fundaron posteriormente en América, en el marco de los virreinatos. Esos trazados, diseñados para ordenar territorios nuevos, acabaron conformando espacios donde convivieron saberes, lenguas, culturas y memorias diversas. En La Laguna, esa arquitectura permanece: balcones de madera, patios interiores, muros porosos que aún guardan el eco de otros tiempos.
En Icod de los Vinos, los viajeros contemplaron el emblemático drago milenario, un ejemplar de Dracaena draco. Este árbol, de ramas que se abren como llamas detenidas y savia rojiza, ha sido símbolo de la identidad vegetal de Tenerife durante generaciones. Aunque parece exclusivo de las Islas Canarias, no está solo en el mundo: una especie emparentada, Dracaena cinnabari, crece en Socotra, una isla aislada en el océano Índico que, como Tenerife, ha conservado una biodiversidad singular gracias a su aislamiento geográfico. Ambas especies reflejan una misma lógica de adaptación extrema, como si las islas, aun lejanas, se reconocieran entre sí por las huellas que deja el tiempo.
El itinerario incluyó otras paradas: Santa Cruz de Tenerife, Puerto de la Cruz y Garachico, lugares que han sabido dialogar con el mar, la historia, la lava y la reconstrucción. En Garachico, el alumnado conoció cómo una comunidad puede rehacerse tras una erupción sin perder su esencia.
El viaje se cerró con una jornada de ocio en el Siam Park, un espacio dedicado al disfrute del agua, donde el grupo compartió momentos de descanso, risas y convivencia.
Esta experiencia permitió a los participantes descubrir una isla que, por su posición geográfica y su historia, ofrece muchas más preguntas que respuestas. Una isla donde el paisaje, la botánica, la arquitectura y las formas de vida forman parte de una conversación larga, antigua, que sigue resonando en quienes la recorren con atención.