Los viajes constituyen siempre un motivo de aprendizaje y placer. Probablemente sean la actividad que mejor compagina el docere y el delectare latinos (enseñar y deleitar), lo dulce y lo utile (lo agradable y lo útil) y por eso el valor de un viaje no sólo se siente en el momento de realizarlo, sino también en la ilusión de prepararlo y en el disfrute de recordarlo.
Cuando con tan altas expectativas uno emprende vuelo a una ciudad soñada entre sus favoritas y comprueba que todo aquello que había imaginado se reduce a niveles desoladores, todas las consideraciones previas se transforman en la más absoluta decepción y el más ingente de los enfados, de manera que las ganas de realizarlo se transmutan inmediatamente en deseo súbito de regresar.
Pero entonces, cuando ese momento de la vuelta se ve cada vez más próximo y uno empieza a sentirse aliviado, se produce el milagro maravilloso que reconcilia al viajero con las penalidades sufridas, con la gente indeseable que se ha tenido que tratar y, en definitiva, con la profunda decepción de su destino.
El milagro en cuestión se materializó en el estante de la tienda del museo arqueológico de la misteriosa ciudad (que nunca diré cuál es, por cierto) en forma de LIBRO, un libro con un título tan sugestivo para un filólogo como La lingua geniale. Cuando el filólogo viajero, -que, además, es de Clásicas- siguió fijándose en la portada del libro y comprobó que debajo de ese título en rojo estaba escrito en negro 9 ragioni per amare il greco, todo su cerebro estalló de placer y su alma se llenó de emoción porque comprendió que había alguien más en el planeta que sentía y pensaba como él y que había sido capaz de plasmar por escrito todo lo que muchos tienen clarísimo, pero que nunca se han atrevido o han sabido recoger en una obra.
Por supuesto, el paso siguiente fue comprar el libro y congratularse de la generosidad de los hados que no querían que aquel aciago periplo se quedara sin la enseñanza y el recuerdo maravilloso que le suponemos a todo viaje. En éste no fue la ciudad, sino el descubrimiento de una obra lo que compensó con creces todos los sinsabores.
¡Bienvenidas sean todas las experiencias funestas que nos descubran libros magníficos!
La autora del prodigio sería Andrea Marcolongo, una joven filóloga Clásica (Milán, 1987), apasionada viajera, experta en comunicación y escritura creativa, y, sobre todo, amante del griego antiguo hasta la última célula de su ser. La obra, cuyo contenido comentaremos ahora, se publicó por primera vez en Roma en septiembre de 2016 e inmediatamente se convirtió en un éxito editorial con distintas reimpresiones y traducción a otras lenguas, entre ellas el español en la editorial Taurus con el título La lengua de los dioses. Nueve razones para amar el griego. La traducción española se publicó por primera vez en septiembre de 2017, un año después de la primera publicación italiana, y en diciembre de ese mismo año se hacía la tercera reimpresión, lo cual, tratándose de un tema tan concreto, resulta de un éxito apabullante.
El contenido de la obra hace honor a su título, que lejos de ser académico y aburrido, es una declaración de amor. No se habla de razones para entender, para apreciar el griego, no, se habla de razones para mucho más: PARA ENAMORARSE DE ÉL, PARA AMARLO (¡Imposible no identificarse con Andrea Marcolongo!). Y es que el griego antiguo es mucho más que una lengua para quienes lo aman, es una forma de vida. Sin duda, esta postura no es la mayoritaria, pero sí resulta sorprendentemente coincidente en todos los que la hemos experimentado sin matiz diferencial alguno: el griego te enamora, te subyuga, te apasiona. Algo así como esos tés intensos, de sabor un poco amargo, pero que, a poco que los frecuentes, se acaban convirtiendo en altamente adictivos
“Si he escrito estas páginas ha sido porque siendo una jovencita me enamoré del griego antiguo; el amor más largo de mi vida, en resumidas cuentas”, afirma Marcolongo (La lengua de los dioses, pág.16). Pues bien, esta idea programática que aparece en el prólogo de su obra es el principio que anima todo el libro, que es uno de los mejores homenajes que se han escrito a este inconmensurable tesoro que constituye la lengua griega. Creo que un idioma en el que tantos poetas geniales han rendido culto a héroes y dioses no podía haber tenido mejor propagandista que esta filóloga italiana, que impregna su personal recorrido por la lengua griega de humor, frescura, desenfado, anécdotas en su aprendizaje personal del griego y, sobre todo, de un esfuerzo de aproximación al lector no experto, que, sin duda, han estado en la base de su éxito.
La sencillez en la exposición supone un atractivo para su lectura, pero en ningún caso el menoscabo del rigor científico de los datos, que están basados en bibliografía especializada de la más alta calidad.
La particular gramática griega de Marcolongo va, pues, profundizando y explicando de forma muy básica, pero con máximo escrúpulo investigador, lo que son características gramaticales del griego que implican ciertas particularidades y cuya comprensión permitiría una mejor intelección de los textos y a partir de ahí una atracción cada vez mayor hacia esta lengua. No se puede amar lo que no se conoce, luego démoslo a conocer y atraeremos a quienes no pensarían alguna vez que caerían en sus redes.
La autora selecciona para su explicación los aspectos gramaticales que considera más representativos y a veces más exclusivos del griego como es el caso del aspecto verbal, -que Marcolongo explica con meridiana claridad-, para continuar con la pronunciación, el género y número (con especial atención al género neutro y al número dual), el concepto de caso, el modo verbal del deseo (el optativo), pautas de traducción y breve historia de la lengua griega desde el indoeuropeo hasta el griego moderno.
El resultado es un libro entretenido, divertido y necesario. La Filología Griega cuenta con magníficos y rigurosos investigadores en todo el planeta, pero necesitaba un divulgador con el rigor y el encanto que ha demostrado esta italiana genial, que convierte La lingua geniale o La lengua de los dioses (no tengo muy claro por qué no se ha hecho coincidir ambos títulos en las dos lenguas) en una proyección de lo que probablemente sea su personalidad: arrebatadoramente apasionada y entusiasta y, por ende, irresistiblemente atractiva.
Cuéntesenos entre los amantes incondicionales del griego (desde que lo conocimos), pero también entre los más fieles adeptos de su mejor y más eficaz propagandista moderna, Andrea Marcolongo.
M. Ángeles López