Después de varias semanas en el hospital y tras el consentimiento de todo el equipo médico que me asistió, me dieron el alta médica.
Una alta médica a la cual temía, me espantaba el volver a mi vida cotidiana, me asustaba volver al instituto, ahora ya no sería INVISIBLE para nadie.
Llegamos a casa y me subí a mi habitación, ¡cuánto la echaba de menos!. Mi cama, mi móvil, mis libros, mi PlayStation, los videojuegos, las fotos, ... atrás quedaba ya la fría habitación del hospital. Me acosté en la cama y me dormí.
La voz de mamá me despertó, nos avisaba a Luna y a mí de que la cena ya
estaba lista.
Ya de nuevo los cuatro en la mesa, tras esas largas y agoniosas semanas.
Papá nos dijo que tenía una noticia que comunicarnos, le habían ascendido en el trabajo, ahora era el Presidente de zona y teníamos que trasladarnos a vivir a Barcelona.
Noté como los ojos de Luna comenzaban a humedecerse, mientras mi corazón empezaba a latir con mayor velocidad. Era una sensación rara la
que recorría mi cuerpo, pero sabía que era buena.
Empezar una nueva vida, lejos de esta ciudad, de MM, de los profesores y compañeros del instituto, de los amigos que nunca lo fueron, de aquellas personas para las cuales era invisible, ... Allí no sería invisible, sería un chico de 15 años que ha llegado a la ciudad por motivos de trabajo de su padre.
Allí volvería a ser yo, a vivir como un adolescente, a salir con los amigos, a practicar deporte, a ir al instituto con ilusión y no con miedo, en definitiva a VIVIR.
Todo esto pasó por mi cabeza en cuestión de segundos mientras oía hablar a papá y llorar a Luna. El sentir llorar a Luna me producía tristeza, mi felicidad no era la suya. Pero ahora sería yo quien le tendería la mano.