Han pasado cinco años de aquella pesadilla

Han pasado cinco años de aquella pesadilla

Lluïsa Gallego Vila.

En el mes de marzo los medios de comunicación nos han recordado que ya hace cinco años de la declaración del estado de alarma y el inicio de aquel confinamiento que parecía que iba a ser para 15 días y duró 50. De repente, el mundo se paró pero no las clases.

Antes de aquel día fatídico, nuestro centro vivía con plena normalidad, es más, teníamos dos excursiones en marcha, por un lado, el tradicional viaje a la nieve en Andorra, por otra, un viaje que con mucha ilusión había organizado por primera vez el departamento de inglés all sur de Inglaterra. Aquellos días previos a la declaración del estado de alarma, profesorado y familias seguíamos con inquietud las noticias, cada día nuestras preocupaciones aumentaban por un futuro inmediato totalmente incierto, puesto que se hablaba de cerrar el espacio aéreo y de cuarentenas para las personas infectadas, por este motivo la primera preocupación era que las dos excursiones pudieran volver a casa. La dirección del centro mantenía el contacto diario con el profesorado acompañante de las dos excursiones, a la vez que intentaba tranquilizar a las familias y buscaba un plan alternativo para los que estaban en Inglaterra por si cerraban el espacio aéreo. Fueron días angustiosos hasta que las dos excursiones llegaron a Castelló de Rugat.

El día a día en el centro se vivía con el temor a los contagios cuando todavía nos faltaban indicaciones claras de cómo protegernos y de como proceder. Nos llegaba información de las primeras personas ingresadas, de casos graves, de la rapidez de los contagios y la tensión aumentaba entre la comunidad educativa. El día 14 con la declaración del estado de alarma vino el confinamiento y las clases no presenciales, de hoy para mañana. La inspección educativa, por prevención, no nos permitió hacer un claustro presencial para organizarnos, a partir de aquel momento toda la comunicación entre el profesorado fue por teléfono y por videoconferencias. Un nuevo escenario para el cual no habíamos tenido tiempo de prepararnos, ni Consellería, ni profesorado, ni familias, ni las compañías de telefonía e internet.

El equipo directivo tuvo que dar forma y aterrizar a la realidad del centro la avalancha de indicaciones procedentes de Consellería, que aunque con buena intención, eran difíciles de aplicar en una situación adversa. Fueron días duros, el profesorado tenía que recurrir a la imaginación para poder preparar actividades que el alumnado pudiese hacer en casa de la manera más autónoma posible, las horas del día las pasábamos frente al ordenador. Consellería intentó con poco de tiempo dotarnos de herramientas (TEAMS, AULAS...) e incluso, ordenadores para el alumnado que no tuviera dispositivos. Aun así, era difícil tener acceso y hacer seguimiento de todo el alumnado, puesto que las clases en línea solo pudieron hacerse con el alumnado de bachillerato. Aquellas clases eran un espacio de encuentro y distensión, de poder hablar y compartir las vivencias, además de continuar aprendiendo también nos servían de terapia. Seguro que todos y todas recordamos anécdotas que nos alegraban el día, como las caras de sueño, alguno que otro pijama, el no puedo conectar la cámara, alguna interferencia familiar y mil maneras de como copiar en las pruebas. El alumnado que no tenía clases en línea lo tenía más complicado, las familias se vieron desbordadas por la llegada de tareas e información, era muy difícil llevar el trabajo al día, el AMPA era nuestra interlocutora y nos hacía llegar quejas y sugerencias por aquella nueva formación virtual. Nuestro himno para poner al mal tiempo buena cara fue la canción “Alegría” de El Diluvi.

Profesorado, alumnado y familias tuvieron una actitud ejemplar. Pero hay que destacar al alumnado, adolescentes que tuvieron que renunciar a un tiempo de su vida. No obstante, el vivir en pueblos pequeños y en un entorno rural les permitió un aislamiento más soportable que en una gran ciudad. De hecho, el alumnado se permitía ciertas licencias como salir al campo o encuentros furtivos. El móvil pasó a ser su vía de comunicación y contacto con el exterior, a la vez que se transformó en una dependencia. Llenaron el tiempo aficionándose a cosas diversas, porque tutoriales en internet hay para todos los gustos, esa necesidad de cubrir aquellas horas interminables cercados a casa favoreció la proliferación de youtubers y tiktokers.

El primer encuentro con el alumnado fueron las pruebas de acceso en la universidad que por primera vez Consellería permitía que se organizaron en cada centro. Fue un momento clave para el equipo directivo que vigilamos cada detalle porque pudieron desarrollarse sin incidencias. Teníamos ganas de reencontrarnos con el alumnado pero mucho miedo al contagio, puesto que aumentaban día detrás día las víctimas de la COVID-19.

En verano tuvimos que trabajar preparando el centro para volver a una “cierta normalidad” que era todo menos normal, la primera tarea fue diseñar un plan de contingencia que recogiera las indicaciones de Consellería para prevenir los contagios (mantener la distancia de seguridad a metro y medio, entradas diferenciadas, señalizar los recorridos, indicaciones de cómo lavarse las manos, distribuir gel hidroalcohólico y mascarillas, separar el alumnado en el patio), de como actuar en caso de contagio (protocolo de aislamiento, sala COVID), así como el contacto continuo con los centros sanitarios y las familias. La asquerosa COVID condicionaba nuestro día a día. Mientras parte del mundo continuaba cerrado en casa, nosotros estábamos en la primera línea de batalla, cuando los espacios se abrieron limitando el aforo, nosotros convivíamos con el alumnado con aulas que superaban cualquier límite establecido en otros espacios y que además, debíamos de tener siempre ventiladas, incluso en pleno invierno, como olvidar la ventilación cruzada. Cuando frío sufrimos! La frase más utilizada era “no nos moriremos de COVID pero sí de una pulmonia”.

Los centros se convirtieron en espacios seguros por la convivencia, el alumnado venía con ganas de encontrarse con sus iguales. El centro tuvo que responder a esas necesidades, no era suficiente estar sentados y mantener el metro y medio de distancia, necesitábamos hacer cosas para salir de la monotonía, así que tuvimos que idear actividades al exterior y celebraciones.

La COVID-19 nos mostró la fragilidad de nuestras vidas, pero también nos enseñó a valorar la importancia de las relaciones sociales y la calidad de vida que nos ofrece un entorno rural. Convivir con la COVID fue una experiencia de la cual se supone que teníamos que aprender y salir más fortalecidos. Cada cual que valore.

 

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