MARIA DOLORES, DE ANTONIO HERNANDEZ

Después de varias semanas en el hospital y tras el consentimiento de todo el equipo médico que me asistió, me dieron el alta médica.
Una alta médica a la cual temía, me espantaba el volver a mi vida cotidiana, me asustaba volver al instituto, ahora ya no sería INVISIBLE para nadie.

Llegamos a casa y me subí a mi habitación, ¡cuánto la echaba de menos!. Mi cama, mi móvil, mis libros, mi PlayStation, los videojuegos, las fotos, ... atrás quedaba ya la fría habitación del hospital. Me acosté en la cama y me dormí.
La voz de mamá me despertó, nos avisaba a Luna y a mí de que la cena ya
estaba lista.

Ya de nuevo los cuatro en la mesa, tras esas largas y agoniosas semanas.
Papá nos dijo que tenía una noticia que comunicarnos, le habían ascendido en el trabajo, ahora era el Presidente de zona y teníamos que trasladarnos a vivir a Barcelona.
Noté como los ojos de Luna comenzaban a humedecerse, mientras mi corazón empezaba a latir con mayor velocidad. Era una sensación rara la
que recorría mi cuerpo, pero sabía que era buena.

Empezar una nueva vida, lejos de esta ciudad, de MM, de los profesores y compañeros del instituto, de los amigos que nunca lo fueron, de aquellas personas para las cuales era invisible, ... Allí no sería invisible, sería un chico de 15 años que ha llegado a la ciudad por motivos de trabajo de su padre.
Allí volvería a ser yo, a vivir como un adolescente, a salir con los amigos, a practicar deporte, a ir al instituto con ilusión y no con miedo, en definitiva a VIVIR.

Todo esto pasó por mi cabeza en cuestión de segundos mientras oía hablar a papá y llorar a Luna. El sentir llorar a Luna me producía tristeza, mi felicidad no era la suya. Pero ahora sería yo quien le tendería la mano.

Y se dio cuenta de que ya era visible para Zaro, Kiri, su madre, su padre y las personas del mundo.
Por fin era visible, pero eso no significa que lo sea por algo bueno.

Sus padres se enteraron y fueron corriendo al hospital. El doctor, con mucha empatía, dijo: ″Su hijo se ha roto parte de la columna vertebral,
no podrá VOLVER A CAMINAR″.

Esas palabras dolieron más que un disparo. Los padres rompieron a llorar, no solo por el daño corporal, sino por no ayudarle, por no haberle hecho caso. No sabían qué hacer.

Su hijo salió por la puerta y dijo: ″¿Ya soy visible?″. La sala se quedó callada, pero vio que todo el mundo le miraba. Entonces se alegró muchísimo sabiendo que MM ya no le iba a hacer nada y que, aunque estuviera paralítico, PODÍA SER FELIZ.

La psicóloga, después de escuchar la historia del accidente, se siente mal porque está obligada a contarles lo ocurrido a los padres. Al hacerlo, se quedaron atónitos. Y Luna, que estaba al lado, por fin comprendió las historias de su hermano.

Rato después, hablaron con la directora sobre el asunto y ella le quitó importancia, así que la profesora de Literatura llamó a los padres de Kiri, Zaro y MM. Zaro y Kiri solo recibieron una bronca, pero MM consiguió la atención de su padre, pero no como él esperaba. Decidió disculparse, pero ya era demasiado tarde para el chico tomate.

Fin

Me ha dado un beso, ha sujetado con fuerza su bolso y con un “hasta mañana” se ha ido. Me he quedado muy confuso. ¿Por qué se ha ido tan pronto? ¿Es que no quería escuchar mi historia? ¿Por qué?

He estado pensándolo un buen rato, mucho, y mucho, y mucho… hasta que ya me he cansado de comerme la cabeza. Me han contado que mantener conversaciones falsas en la cabeza ayuda, así que lo he probado. Me he inventado la conversación con la psicóloga si no se hubiera ido y la he repetido muchas y muchas veces.

Después ha venido mi familia, tenía muchas ganas de verlos a todos, pero no sé por qué no podía hablar.