X Certamen literario IES de San Fulgencio

En el X aniversario del IES de San Fulgencio se ha celebrado también el correspondiente certamen literario.

Este curso los ganadores han sido Inmaculada Ferri (3º ESO) y Manuel Vives (4º ESO). En nuestra revista CROAC aparecen ambas introducciones y aquí podéis disfrutar de los relatos completos. ¡Enhorabuena a los ganadores!

Relato ganador: “Memorias de Diego” (Inmaculada Ferri Moreno)

Sus ojos color caramelo volaban de izquierda a derecha sin dejar detalle alguno de lo que le acababa de entregar. Su mala cara y su ceño fruncido lo decía todo. Ponía esa cara cada vez que madre le hacía lentejas. Odiaba las lentejas, y siempre que las hacía, ni las olía.

Padre leía una pequeña introducción de la historia que pretendía escribir.

Desde chiquitín me han apasionado los libros. Para mí, son como nuevos mundos donde puedes dejar volar la imaginación. Leía de noche y de día, hasta llegar al punto de querer ser el que los escribiera.

Sus gruesos dedos manchados de tierra del gran campo en el que trabajaba, llegaron a su barba rasposa de cuatro días, aquella que madre tanto amaba.

De vez en cuando, miraba por encima de las hojas para mirarme con mala cara. Estaba perdido.

La humedad de la pequeña habitación de apenas cuatro metros de ancho y otros cuatro de largo, estaban haciendo que me helara de frío hasta en mis pobres huesos. Era eso, ¿o simplemente temblaba de lo que padre estaba a punto de decir?

El lugar era perfecto para dar una mala noticia. Paredes blanquecinas de cal mugrienta que se estaba volviendo amarilla de la suciedad y la humedad, además apenas había una luz de una pequeña bombilla amarilla que daba más oscuridad que claridad. La escena era perfecta para dejar mis sueños atrás.

-Bueno, sí. No te voy a negar que está bastante bien. Pero, ¿y si no tienes éxito, Diego? La escritura no sirve para nada- decía sin reparo alguno- Ya sabes, podrás ser albañil, maestro, ¡incluso cura con tal de que en un futuro tengas comida! Verdaderamente no. No pienso dejar que mi hijo desperdicie su vida dejándose los dedos en una máquina de escribir sin sentido alguno. Cuando tu madre y yo envejezcamos, ¿qué harás para cuidarnos? ¿nos alimentarás?- mi corazón se rompió del todo.

El mundo de ilusiones en el que vivía rodeado de libros y gente aplaudiéndome desaparecía como un dibujo con el paso de una goma de borrar.

-Pero…- me atreví a decir aguantando las lágrimas.

-Pero nada Diego. Tu madre y yo ya invertimos demasiado en tu educación como para que ahora quieras ser escritor. Céntrate y vuelve al mundo real.- y se esfumó con mis sentimientos de escritor a flor de piel a punto de salir y estallar.

La habitación se volvió más oscura al paso de los minutos en los que me quedé inerte; sin saber qué hacer o decir. Corriendo, salí de allí intentando contener esta lágrima que desataría mi anudada garganta; choqué con madre y Fran (mi hermano pequeño), y sin darle importancia, seguí mi camino hasta la habitación donde dormíamos mi hermano y yo.

“Mi parte” (como yo la llamaba), estaba repleta de libros que había conseguido trabajando con el ganado y los periódicos.

Cogí uno, mi favorito, de Julio Verne, hablaba sobre un viaje a la luna.

La portada estaba rota. Lo conseguí robándolo de la biblioteca de este pequeño pueblo. Mentí a mis padres con que era un regalo por mi cumpleaños, simplemente ellos no querían comprarme nada, o mejor dicho, no podían.

Me encantaría poder viajar allí, a la luna, y poder escribir y leer tranquilo. Me tragué mi orgullo de intentar ser escritor y rompí la primera página, la segunda, la tercera hasta llegar a la otra parte de la carátula del libro donde figuraba un sello de la biblioteca.

Nunca me había sentido peor. No hay nada peor que fracasar con tu mayor sueño.

Quizás mi padre tenía razón, podría haber trabajado de albañil, o maestro… o cura.

Pero en verdad te equivocaste papá. Aquí me tienes escribiendo mis memorias; ‘Memorias de Diego’. Me apartaste en cuanto supiste que seguiría con la escritura, pero ya sabes que me tuviste para lo que quisieras.

Y aquí, mi último libro, después de los tantos que escribí. Llegué al final de la historia.

Te lo dedico papá.

 

Relato finalista: “La maldición del sarcófago” (Manuel Vives Sampere)

Era verano, Max, un joven arqueólogo, fue como siempre al museo.

Era un día importante, el museo nacional de Egipto les prestaba la colección sobre el Templo de Horus.Al llegar al museo entró en la sala principal.

Ese día abriría el sarcófago de Hatmet II.  Al abrirlo, un humo negro  le envolvió, pero rápidamente se disipó.

A continuación, quitó las mantas que cubrían la momia y encontró algo inesperado, la momia  sujetaba entre sus manos el Ojo de Ra, amuleto de oro macizo, gemas incrustadas y detrás, unos grabados que Max fotografió.

El museo nacional de Egipto no permitía que este saliera del país. Era demasiado valioso y  pertenecía a una  colección privada. Pero estaba allí.

Max  llamó rapidamente al director del museo.

En menos de media hora llegó el director, aunque estaba de vacaciones, y rápidamente llamó al museo de El Cairo y les contó la aparición. Le contestaron que  lo guardaran en secreto hasta que viniesen a recogerlo.

El director lo guardó en la caja fuerte. Después se despidió y retomó sus vacaciones.

Max se había quedado intrigado con la inscripción del amuleto y  fue a su despacho a intentar descifrarlo.

En una semana, consiguió descifrarlo por completo y así decía:

“Si el faraón es sacado de Egipto, a la primera persona que abra su sarcófago le caerá la maldición de las manos negras y solo se salvará colocando el ojo de Ra en el altar de la cámara secreta.”

Max no creía en maldiciónes, pero a la mañana siguiente se dio cuenta  que el dedo meñique de su mano derecha estaba negro como el carbón y rígido como hecho de piedra. Rápidamente fue al ordenador y buscó información sobre la maldición de las manos negras.

El artículo que encontró, decía que los dedos se ennegrecerían, endurecerían como piedras, después irían las extremidades completas y cuando todo su cuerpo estuviera afectado, se desharía en polvo.

A la mañana siguiente, ya  no sentía los dedos del pie izquierdo, tampoco su mano derecha, ya estaban afectados por la maldición.

Rápidamente preparó una mochila con lo necesario para viajar a Egipto. Pensó en cómo sacar el amuleto del museo, sin él de nada serviría viajar a Egipto.

De repente recibió una llamada del director del museo. Esa misma mañana a las 12:30 unos representantes del museo de El Cairo recogerían el amuleto. Después de  esto le dio la clave para la caja fuerte, ya que él estaba de viaje y no podía estar allí.

Max vio su oportunidad de hacerse con el ojo y llevarlo a Egipto.

Llamó a su amigo Pedro para que le llevase en su avioneta, ya que él transportaba mercancías a Egipto habitualmente.

Max fue directo al museo, cogió el ojo y se marchó .

A la salida se cruzó con cinco hombres con traje negro, enviados del museo de El Cairo pero no le reconocieron. Al entrar en el museo preguntaron por el arqueólogo Max y el guarda les contestó que era el que estaba cogiendo un taxi. Antes de que le pudieran alcanzar, Max subió al taxi. Le persiguieron con su coche, pero fue en vano, ya que llegó al aeropuerto , subió a la avioneta de Pedro y salieron volando.

Uno de los hombres llamó a su jefe y le dijo que Max había huido con el amuleto. Su jefe le contestó que hicieran lo que hiciese falta para recuperar el Ojo de Ra.

Descubrieron que la avioneta se dirigía a El Cairo y les persiguieron en su avión privado.

Durante el viaje Max puso al corriente de todo a Pedro.

Unas horas más tarde, minutos antes de aterrizar, Max vio que su brazo derecho y su tobillo izquierdo ya estaban afectados por la maldición, los podía mover pero con gran dificultad.

Cuando se disponían a aterrizar, Max vio a los hombres del museo.

Pedro, sin perder tiempo, retomó el vuelo. Los hombres sacaron sus armas y abrieron fuego, pocas balas impactaron, pero una dio en el motor, de un momento a otro caerían.

Max le dijo a Pedro que se dirigiera hacia el templo de Horus y que aterrizarían en las dunas.

Cuando les quedaba un kilómetro para llegar ,el motor falló y se precipitaron. Pedro agarró a Max y saltó en paracaídas.

Planeando con el paracaídas acortaron medio kilómetro, pero al llegar a tierra Max tenía petrificada del todo la pierna izquierda, podía andar pero lentamente.

Recorrieron un largo pasillo y varias estancias hasta llegar a la sala principal. Pero allí no encontraron la entrada de la cámara secreta. Pedro, que había perdido toda la esperanza , se sentó sobre un trono de piedra y este se hundió, abriéndose una de las paredes.

La maldición avanzaba muy rápido, todas las extremidades estaban afectadas y ya  alcanzaba el estómago de Max.

En la sala secreta,  llena de objetos valiosos, Max vio un altar y en él un hueco con la forma del ojo. Cuando se disponía a poner el ojo alguien se lo arrebató. Les habían alcanzado los hombres del museo.

Max se petrificó completamente y no podía moverse. En cuestión de segundos se convertiría en polvo.

El hombre al verlo se asustó y dejó caer el amuleto al suelo, Pedro se lanzó a rescatarlo y lo colocó en el altar.

De repente el suelo empezó a temblar y el amuleto desprendió un humo dorado que envolvió a Max.  Cuando se disipó,Max había vuelto a la normalidad.

La puerta de la sala empezaba a desmoronarse, los hombres y Max salieron rápidamente de la sala, pero Pedro se esperó para coger un souvenir, “el amuleto”.

Al salir del templo, Pedro, que hablaba egipcio, explicó lo ocurrido a los hombres. Ellos hablaron con su jefe y les propusieron un trato a Max y Pedro. Si les devolvían el amuleto,  olvidarían lo ocurrido y además les contratarían como ayudantes para recuperar los objetos de la cámara secreta.

Max y Pedro aceptaron sin dudarlo, así se convirtieron en “Arqueólogos del Museo de El Cairo”.