ENTREVISTA
Queremos saber más sobre algunos de los principios que ha revelado la ciencia de cómo aprende el cerebro que pueden ser útiles en el aula, concretamente en la enseñanza de las ciencias. Hablamos con Héctor Ruiz Martín.
¿Quién es Héctor R. Martín? ¿Qué te motivó a investigar sobre psicología cognitiva?
Soy un biólogo que siempre tuvo una gran pasión por la educación. Mientras realizaba un doctorado en Genética Evolutiva, descubrí que era posible hacer ciencia del aprendizaje y sin dudarlo me metí de lleno, al tiempo que inicié varios proyectos de desarrollo de materiales educativos. Sin embargo, empecé estudiando el aprendizaje a nivel neurobiológico. Y aunque realmente resulta fascinante comprender cuáles pueden ser las bases físicas (biológicas) del aprendizaje, lo cierto es que pronto me di cuenta de que esa aproximación no respondía a las preguntas que me planteaba como docente, preguntas relevantes para la práctica educativa. Afortunadamente, en los EEUU tuve la suerte de descubrir otra disciplina científica que abordaba el aprendizaje desde una perspectiva mucho más adecuada para responder a mis preguntas, y me enamoré de ella: la psicología cognitiva. Se trata de una rama de la psicología de carácter profundamente empírico que trata de revelar y modelar los procesos mediante los cuales el cerebro obtiene, manipula, almacena y recupera la información. En concreto, el campo de la psicología cognitiva de la memoria y el aprendizaje me cautivó, y desde entonces no he dejado de estudiarla y aplicarla para diseñar métodos y recursos que contribuyan a la mejora de la educación por medio de la transferencia de los conocimientos científicos sobre cómo aprendemos.
¿Realmente las personas tenemos diferentes estilos de aprendizaje?
Desgraciadamente ese es uno de los mitos acerca de la naturaleza del aprendizaje más extendidos y arraigados en la comunidad educativa y en la sociedad en general. A pesar de que la investigación científica ha refutado esta idea una y otra vez, diversas encuestas a profesores de diversos países (incluido España) reflejan que más del 90% de ellos la comparten. Sin duda, la noción de que cada persona pueda tener una forma de aprender distinta que le permita aprender de manera más eficaz resulta muy interesante, y de ser cierta tendría grandes repercusiones para la práctica educativa. Por ello los científicos la han puesto a prueba en múltiples ocasiones y, en resumen, las evidencias no han respaldado dicha intuición. Es más, cuando seguimos insistiendo en esa idea de que cada cual aprende mejor de una manera determinada, estamos ignorando otra de las conclusiones clave de la investigación científica sobre el aprendizaje: que para aprender, igual que en cualquier otra habilidad, existen estrategias y técnicas que a todos nos permiten sacar el máximo partido de nuestro esfuerzo. Las mismas para todos.
¿Cuales serían algunas de esas estrategias más efectivas para aprender?
Curiosamente la mayoría de personas no sabe que existen acciones y circunstancias concretas que provocan que recordemos mejor lo que aprendemos, y que seamos capaces de transferirlo a otros contextos con mayor facilidad que si aprendiéramos de otra manera. Por ejemplo, la mayoría de estudiantes estudian releyendo sus apuntes, libros o los ejercicios que resolvieron en clase. Releer es una estrategia de aprendizaje de muy mala calidad, que lleva a aprendizajes de corto recorrido. En cambio, si en vez de releer tratamos de sacar de nuestra memoria lo que leímos anteriormente, esto es, si tratamos de evocarlo sin mirar los apuntes hasta haberlo intentado, entonces consolidamos mucho más ese aprendizaje o, por lo menos, hacemos mucho más probable que seamos capaces de evocarlo otra vez en el futuro. La práctica de la evocación, entre muchas otras, es una de las estrategias que más impacto tiene en nuestra capacidad de recordar lo aprendido y transferirlo a nuevos contextos. Y no estoy hablando solo del aprendizaje de hechos concretos (como las capitales de Europa o los ríos de España), sino también y muy especialmente del aprendizaje de conceptos o procedimientos. En fin, conocer esta y otras estrategias nos ayuda a ser mejores aprendientes. Aprenderlas forma parte de lo que significa aprender a aprender. Y sabemos que una de las intervenciones con mayor impacto para el desempeño de los estudiantes, y en consecuencia para su motivación, consiste en enseñarles estas estrategias.
La memoria está cada vez menos valorada aduciendo que la información está disponible con relativa facilidad.
¿Qué opinión le merece una afirmación así?
De forma cotidiana empleamos el término memoria para referirnos a la acumulación de datos sin comprensión, como cuando decimos «memorizar» o «aprender de memoria», pero lo cierto es que la memoria es la capacidad que nos permite aprender cualquier cosa, desde una nueva idea a una nueva habilidad. Quizás esa connotación lleva a la desafortunada creencia de que los conocimientos son disociables del desarrollo de habilidades «superiores», como la capacidad de análisis crítico, la resolución de problemas o la creatividad, entre otras. Desde luego, aprender datos como un loro no nos lleva a desarrollar estas habilidades, pero eso no significa que los conocimientos no sean importantes. Para desarrollar este tipo de habilidades es indispensable obtener conocimientos profundos (con comprensión) sobre el ámbito en que deseamos aplicarlas, es decir, el ámbito en que deseamos ser críticos, resolver problemas o desarrollar innovaciones. Los estudios en que comparamos expertos con novatos de cualquier disciplina no dejan duda alguna de que los expertos son capaces de hacer lo que hacen gracias a la enorme cantidad de conocimientos bien organizados y conectados alrededor de grandes ideas que han adquirido, los cuales les permiten percibir e interpretar la información de una forma totalmente distinta a como lo hacen los novatos, y les permiten razonar y crear de una manera que sería imposible sin esos conocimientos. Internet es un magnífico hito cultural para nuestra especie, como lo fue la escritura y luego la imprenta, porque nos permite acceder a casi cualquier conocimiento fácilmente; pero si los conocimientos no acaban en nuestro cerebro, no podremos llevar a cabo esas habilidades de las que tanto se habla actualmente. Por cierto, también sabemos que estas habilidades son muy dependientes del contexto, por lo que tratar de aprenderlas de manera «general», como para aplicarlas a cualquier situación, es muy poco efectivo.
La metáfora de que la memoria es un músculo que podemos entrenar ¿Es acertada?
De nuevo nos encontramos ante otro mito sobre el cerebro y el aprendizaje muy extendido. El hecho de «ejercitar» la memoria tratando de aprender cualquier cosa no hace que mi memoria se vuelva más eficaz en general. La memoria no funciona así. Para ser más exactos con la analogía, podríamos entender la memoria como un conjunto de millones de músculos que podemos ejercitar en función de lo que aprendamos y de cómo lo aprendamos. Es decir, una de las cosas que más contribuye a mejorar nuestra capacidad de aprender es obtener conocimientos profundos (con comprensión). Pero esta mejoría se limitará al ámbito sobre el que hemos obtenido estos conocimientos. Esto es así porque la memoria humana funciona conectando lo que aprende a las cosas que ya sabe, con las que percibe que hay una relación. Por eso cuanto más aprendemos sobre algo, más fácil nos resulta aprender nuevas cosas que estén relacionadas con ello. Cuanto más sabemos sobre un tema o disciplina, más capacidad tenemos para aprender sobre ello.
Entonces, ¿qué podemos hacer para que aquello que aprendemos en una clase, un libro, etc. perdure más tiempo en nuestra memoria?
Bueno, aquí entrarían las estrategias de aprendizaje a las que me he referido unas preguntas atrás. No puedo detallarlas todas aquí pero sin duda las más importantes, además de la evocación, son el estudio elaborativo, que consiste en pensar sobre aquello que estamos aprendiendo, es decir, tratar de darle sentido (lo que promueve que lo conectemos con nuestros conocimientos previos), y la práctica espaciada, esto es, practicar la evocación y la elaboración tras dejar un tiempo para que el olvido haya actuado.
Uno de los propósitos fundamentales de la educación es proporcionar a los alumnos unos conocimientos y habilidades que puedan utilizar en la vida. Sin embargo, esto parece que no es tan sencillo como pensamos a priori.
No es tan sencillo porque para que un aprendizaje perdure y seamos capaces de emplearlo en contextos distintos, el aprendizaje requiere de tiempo y oportunidades. Cuando aprendemos tenemos una gran tendencia a asociar lo que aprendemos al contexto concreto en el que lo hemos aprendido, y esto dificulta la transferencia. Para poder transferir, es necesario abordar el mismo objeto de aprendizaje en contextos diferentes, y hacerlo siempre tratando de darle sentido para promover su abstracción. Solo de esta manera hacemos más probable el cambio conceptual que conlleva un aprendizaje de largo plazo. Además, la forma en que solemos evaluar conduce a los estudiantes a estudiar de una forma que no suele derivar en aprendizajes profundos y duraderos, sino que desarrollan estrategias efectivas para pasar exámenes, pero muy poco efectivas para conservar lo que aprenden o para facilitar su reaprendizaje en el futuro. De hecho, solamente cambiando el modo en que evaluamos y en que usamos la evaluación podríamos cambiar bastante las cosas. Fíjese que cuando nos evaluamos practicamos la evocación, lo cual, entre otras de las cosas que nos permite la evaluación, es crucial para promover aprendizajes de calidad. Pero para ello es necesario entender la evaluación como parte del proceso de aprendizaje y no como su punto y final.
Y para finalizar vamos con las emociones. ¿Son tan importantes en el proceso de enseñanza-aprendizaje?
Son muy importantes, pero no de la manera que con frecuencia se alude a ellas. Por un lado, las emociones son clave en el aula por lo que respecta a la motivación para aprender, lo que incluye contar con un buen ambiente emocional en relación al aprendizaje. Pero la motivación no contribuye al aprendizaje por el hecho de que haga que nuestra memoria recuerde lo que aprendemos de manera más eficaz, sino simplemente porque la motivación nos lleva a dedicar más tiempo, esfuerzo y atención al objeto de aprendizaje, y por eso aprendemos más y mejor. Por otro lado, tener en cuenta las emociones también es importante porque en muchas ocasiones pueden dificultar el aprendizaje o el desempeño del estudiante. La situación más evidente es la que se da con la ansiedad ante los exámenes o ante las presentaciones en público, por ejemplo. Conseguir regular las emociones en este sentido es clave para el aprendiente, igual que lo es cuando se trata de conseguir posponer las recompensas y ponerse a estudiar o practicar. Pero el ámbito en que con frecuencia se alude a las emociones en educación y que sin embargo constituye otro mito sobre el aprendizaje es el que sugiere que las emociones nos permiten recordar mejor lo que aprendemos, y que, por ello, las clases deberían «hacer brotar» las emociones. Y esta idea surge a partir de otro malentendido sobre cómo funciona el cerebro. En efecto, las emociones hacen más memorables los eventos de nuestras vidas, pero aquí debemos tener en cuenta que nuestra memoria de los acontecimientos que vivimos (episódica o autobiográfica) no es lo mismo que nuestra memoria de conocimientos (semántica). La primera se acompaña de referencias espaciotemporales sobre dónde y cuándo pasó el evento, que lo hacen único. También se puede acompañar de referencias emocionales, en relación a las emociones que experimentamos durante la ocasión. Pero la memoria semántica está libre de estas referencias. De hecho, no podríamos decir cuándo ni dónde obtuvimos la mayor parte de nuestros conocimientos, especialmente cuando se trata de ideas y conceptos, que se forman progresivamente a partir de múltiples experiencias. Es por ello que las emociones intensas no solo no refuerzan la memoria semántica, sino que además pueden dificultar los tipos de aprendizajes que nos interesa promover en el aula. ¿Por qué? Porque desvían la atención de los estudiantes hacia los acontecimientos que hicieron «emocionante» la lección y, de hecho, dificultan la concentración y el razonamiento que muchos aprendizajes requieren. Es por ello que en estos casos los estudiantes pueden recordar lo que hicieron en clase, pero no lo que esperábamos que aprendieran.
Muchísimas gracias por tu tiempo Héctor.
Twitter: @hruizmartin