Eva Segarra y Esteban Sanz, de los departamentos de BG y GH, viajaron a Finlandia con la misión de tomar información y reflexionar… ¿podemos copiar algo del prestigioso sistema educativo finlandés?
Domingo, 21 de enero de 2024. El aeropuerto de Helsinki, entre abetos y abedules está nevado. Annukka Kosonen, nuestra amiga de Alppilan Lukio (el instituto del barrio de Alppila), nos ha recibido en la estación central.
Visitamos el centro de la ciudad. Finlandia formó parte de Suecia y después de Rusia. En 1920 pidieron a Lenin ser país independiente y han creado una sólida socialdemocracia. Se nota en sus servicios públicos.
Entre la ventisca nos dirigimos al puerto. El mar Báltico, helado. Los rompehielos han abierto el paso del ferry que nos va a llevar a la isla de Suomenlinna. Observamos, atónitos, a familias bañándose en piscinas de agua marina, casi congelada.
De regreso de la isla, la neviza ha amainado y el panorama de la ciudad es hermoso. Ya está llegando la noche, cuatro y media de la tarde en las latitudes boreales. El sol casi no lo vamos a ver en los cinco días de estancia.
Qué bien entrar en el edificio del apartamento, con calefacción por todas partes. Diseño nórdico: pocas cosas, minimalista. En Finlandia no son de presumir. El silencio es intenso por la noche; la nieve, reflejada por las farolas, crea una luz blanquecina.
Lunes 22 de enero. De camino al instituto, con la nieve, es difícil distinguir la calzada de la acera. Los niños son llevados a la escuela en trineos.
El ambiente dentro del centro es cálido y silencioso; se dejan los abrigos en percheros y algunas personas también dejan las botas, llevando sandalias de repuesto y, en algunos casos, solo calcetines de lana.
Como las aulas tienen cristalera, podemos curiosear y nos sorprende la poca comunicación visual entre el alumnado y docentes; en los pasillos, las personas no se saludan ni parecen reparar en nuestra presencia. Afortunadamente, las profesoras y profesores que nos han atendido sí son sociables.
La digitalización está muy avanzada en Finlandia y el alumnado se ha acostumbrado a mirar el mundo a través de pantallas, aislándose. Las escuelas intentan revertirlo obligando a usar unas pequeñas libretas y lápiz en algunos momentos de las lecciones.
Las estudiantes de la clase de español de Annukka nos han hecho un tour por el instituto, explicado en inglés. Por todas las zonas comunes hay sillones, mesas y espacios de trabajo que pueden ser utilizados en cualquier momento, incluso para realizar alguna tarea a mitad de una clase. Disponen de un aula insonorizada donde poder realizar tutorías, llamadas personales o entrevistas.
Hay guardarropa y taquillas, que se abren con un código digital. También se accede al centro mediante un código PIN. No existe ninguna señal acústica de inicio o final de clase. Estas tienen una duración de 75 minutos y entre sesiones disponen de 15 minutos de descanso. Alppilan es una escuela solo de bachillerato.
Están preparando el baile final de curso, cuando se graduarán con una gorrita blanca, y han traído de la sastrería los trajes y zapatos.
La cultura del centro está enfocada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Por doquier disponen de contenedores de reciclaje. Existe un espacio en cada pasillo donde se han ubicado cabinas individuales con lavabo e inodoro, sin distinción de sexos.
Sobre el mediodía, los estudiantes bajan al comedor, que es gratuito a cargo de la municipalidad de Helsinki. Incluso en este ambiente el tono de las conversaciones es muy discreto.
Hemos asistido a clases de Historia y Biología y tomado muchas notas. En general, todo parece sencillo, sin protocolos ni discusiones. Cada cual parece hacer lo que le apetece. El alumnado es muy autónomo y gestiona su propio aprendizaje.
Después de las sesiones hemos continuado haciendo turismo con Annukka, que nos ha enseñado la impresionante biblioteca municipal.
Día 23 de enero, martes
La clase de la profesora Aino, de Biología, ha ido de excursión al Museo de Ciencias Naturales. Como las clases duran hora y media, les ha dado tiempo de hacer la clase en el museo y de volver al instituto para la siguiente hora. La enseñanza es muy práctica y hay costumbre de hacer salidas. Cada estudiante va y vuelve por su cuenta, no hacen falta autorizaciones especiales.
Aino nos ha podido enseñar los laboratorios, que cuentan con cuidadosas medidas de protección. No hay distinción entre estudios “de ciencias” o “de letras”.
Annukka nos permitió exponer a su alumnado unas presentaciones que habíamos preparado sobre el IES Victoria Kent y España; también hemos enseñado un vídeo que grabaron estudiantes (¡gracias, tercero B!) Las chicas y chico finlandeses parecían impasibles, pero ha habido reacción positiva cuando les hemos convidado a dátiles de nuestra tierra; algunos hasta han repetido.
Otro museo que visitamos el martes fue el de arte contemporáneo, llamado Kiasma. Nos fascinaron algunas instalaciones preparadas para el concurso Fennica, en que el público votábamos por las obras que más no habían gustado. Helsinki dispone de varios museos de arte actual.
El día siguiente, miércoles, habíamos concertado visitar una escuela de Secundaria, el instituto Aleksis Kiven. Allí nos recibió la profesora María Alexaki. Pudimos participar en sus clases y contar a su alumnado de dónde veníamos. Estas clases, a diferencia del bachillerato, duran 45 minutos.
Nos pareció sorprendente la poca participación. Observamos alumnado escuchando música, maquillándose, bebiendo de latas, etc. Además, pudimos ver a un grupo de estudiantes hacer una exposición oral. Concluimos que no son especialmente competentes en materia comunicativa.
María, a quien acompañamos en una tranquila y silenciosa guardia de recreo -que se realiza en el pasillo, pues no quieren salir al patio- nos ha hablado del sistema educativo finlandés.
- Es parecido al sistema español, aunque han integrado asignaturas muy prácticas como costura o cocina. Es un sistema que cree poco en la memorización: trabajan el learning by doing. El alumnado de 14 años ha de pasar dos semanas trabajando en una empresa, lo que favorece que sea responsable y adquiera cierta experiencia laboral.
El sistema finlandés, nos sigue contando María, está basado en la confianza y en la falta de jerarquía: cada persona hace lo que cree que debe hacer y espera de los demás que hagan lo mismo. No existe un sentido de “lo tuyo y lo mío”, ni una supervisión especial por parte de las autoridades. El material se deteriora poco y apenas hay conflictividad.
De vuelta a Alppilan, entrevistamos a la directora del centro, Susanna Kalmari. Le preocupa que pueda haber absentismo, ya que la escolaridad obligatoria se ha prorrogado hasta los 18 años. Si alguien decide no acudir a clase, es un derroche de dinero (pues todos los recursos son del Estado), pero no es un sistema sancionador. El concepto de “castigo” parece ajeno a su mentalidad.
Al profesorado también agradaron los dátiles, pues es producto fresco. Llevamos vino para convidar, pero está prohibido consumir alcohol en la escuela; llevamos jamón, pero no caímos en que hay gente que no come carne. En enero tienen costumbre de hacer un ayuno en que comen y beben poco. Vaya fracaso: el turrón, los dátiles ¡y el jamón pata negra! parecían quedar abandonados. Afortunadamente, poco a poco la gente fue acercándose y, al final, sí comieron.
El jueves visitaríamos el hermoso museo Ateneum donde, entre numerosas obras de arte, se encuentra representado un buen número de artistas femeninas. Finlandia ha sido un país muy avanzado en derechos y fue el primero de Europa donde las mujeres pudieron ejercer el derecho al voto.
De regreso al aeropuerto, tuvimos ocasión de vivir una situación de tensión. Una furgoneta de reparto impedía que el tranvía avanzara. Los pasajeros comenzaron a inquietarse pues debían llegar a sus trabajos. Se alzaron de los asientos y algunos, incluso, hablaron. Finalmente, la conductora tocó el claxon y el repartidor salió para apartar la furgoneta. Alivio.
En conclusión, nos encantó la experiencia y fue muy instructiva. Conocimos interesantes personas y disfrutamos de la nieve y el fresco. Visitamos iglesias y museos, y nos quedamos con ganas de más. Sobre todo, con ganas de retornar con alumnado del Victoria Kent ¡ojalá podamos!