LA FLOR DEL FUEGO

PRÓLOGO: La muerte del rey

Todos los curanderos del castillo real de Galnis subieron a la torre del homenaje cuando empezó a correr la voz de que el rey estaba enfermo y su vida pendía de un hilo.

Debido a su avanzada edad, el soberano había contraído una enfermedad que los sabios no habían podido curar hasta el momento. Hacía poco tiempo (unos minutos) que el rey había empezado a convulsionar, alertando a todos los médicos del castillo. En la habitación se encontraba en ese momento el anciano rey, tosiendo y sudando; los curanderos observando al maltrecho gobernador; los sirvientes que andaban de acá para allá; y el príncipe Ahor, heredero del trono de Äldaron.

Los curanderos acababan de comunicarle al príncipe que la enfermedad de su padre no conocía cura y que muy pronto él sería el nuevo rey.

Ahor no tuvo tiempo para pensar en ello, ya que se arrodilló frente a la cama de su anciano padre.

– ¡Padre!- dijo. –Padre, no. ¿Qué puedo hacer para salvarlo?

Na-da-dijo el anciano rey entre toses. Sin embargo, acto seguido se le iluminó la mirada. – La Flor de Fuego.

-¿Qué ha dicho padre?

– ¡La Flor de Fuego!- respondió el moribundo.- Debes encontrar la Flor de Fuego.

Ahor no pudo pensar en el mensaje de su padre, ya que el corazón del monarca dejó de latir, y el heredero ahogó un llanto.

1. EL APRENDIZ

A los habitantes de Äldaron, como a muchos (prácticamente a todos) Reinos del Norte, no les gustaban los magos. Esa era una certeza que había pasado de generación en generación, y que solo los niños más pequeños osaban cuestionar en voz alta. De hecho, odiaban tanto la magia que su reino estaba construido en un lugar completamente aislado del maravilloso “mundo de las hadas”. Odiaban tanto a los magos que, como dijo el bufón de Ahor VII, el Justo, “mago que ves, mago que acaba en la hoguera”.

Los magos, al mismo tiempo, odiaban a los hombres normales y, por esa razón, de vez en cuando realizaban algún altercado.

Pero vamos a dejar la historia y los altercados contra los magos y volvamos a la historia. Correría el año 3.028 d.G., cuando un aprendiz de curandero llegó al Castillo real de Galsis. Había sido llamado por los mensajeros del rey a que visitara la ciudad (por alguna razón oculta) y dejara su vida humilde en los montes.

El joven curandero desconocía la razón, pero no necesitaba que le dijeran nada para saber que su invitación estaba ligada a la muerte del anterior rey, un año atrás.

En ese mismo instante, un carruaje estaba entrando en la ciudad capital. El joven aprendiz era un muchacho de pelo lacio y castaño, tez pálida y unos atractivos ojos azules que se veían trucados rotundamente por una desagradable mueca que hacía con la boca cuando algo le desagradaba. En ese momento, esa mueca estaba implantada en su rostro, ya que detestaba la vida en la ciudad. Los pobres, los ricos, las grandes casas, los mercados… Lo peor de todo, pensaba el curandero, era que no todos se conocían.

Al fin llegó al castillo, que se encontraba en el extremo norte de la ciudad sobre un peñasco. El aprendiz bajó del carruaje y subió unas empinadas escaleras, hasta llegar a las puertas. Estas se abrieron de par en par y dejaron pasar al curandero que, guiado por un guardia, se adentró en el castillo.

Primero cruzaron la puerta principal y caminaron por un largo pasillo, para luego subir unas escaleras laterales hasta un pasillo más estrecho aún. Al final del corredor había una gran puerta que ambos cruzaron. En el interior había una pequeña sala con unas ventanas que daban a las montañas. Las paredes estaban forradas de estantes llenas de libros y, en el centro de la sala había una pequeña mesa de madera con tres sillas a su alrededor.

En dos de ellas (la de detrás del escritorio era de ellos) estaban sentadas dos personas. La primera de ellas (la de la silla de atrás) era un hombre de mediana edad, parte distinguida y ojos distraídos de color marrón. Su cabello castaño y canoso era muy exuberante, y no solo por su espesa barba, sino porque no había perdido ni un solo cabello en la cabeza. Vestía hermosos ropajes de seda y su cabeza la adornaba una tiara de oro.

El otro hombre era un anciano de tez rosada y una espesa barba gris, completada por unos ojos de color azul grisáceo. Vestía una austera y andrajosa túnica parda, sin más adorno que un collar de plata.

A un solo gesto del hombre de la tiara, el guardia se fue, cerrando la puerta tras de sí. Después invitó al curandero que se sentara y comenzó a hablar.

Bienvenido-dijo. Su voz era agradable, pero tartamudeaba un poco.- Yo soy Alhor, rey de Äldaron y este– señaló al anciano- es Arthuron, el Gran Curandero Real. Sin embargo, aún no conocemos tu nombre…

Habir– se apresuró a decir el joven curandero. Después inclinó la cabeza ante su soberano.

Levántate-dijo Alhor, modesto.- Puede que ahora sea necesario que te arrodilles ante mí, pero si cumples la misión que voy a encargarte, seré yo el que tendré que arrodillarme ante ti.

Habir se sorprendió un poco ante el comentario del rey y únicamente pudo decir:

¿Qué misión es la que me va a encomendar?

El soberano hizo una seña al Gran Curandero, que empezó a decir:

Como ya sabrás, hace un año murió Ullion, el anterior rey, a causa de su avanzada edad.

Habir asintió con la cabeza.

Yo le pregunté si él conocía alguna cura para su enfermedad-prosiguió Alhor- y él solo dijo una frase: “La flor de Fuego”.

El soberano hizo una pequeña pausa, como si quisiera que Habir reflexionara.

Durante este tiempo-siguió diciendo- estuve estudiándola y descubrimos que se trata de una planta mágica que puede curar cualquier enfermedad, pero no la muerte.

Entonces empezamos a pensar que lo que quería mi padre al mencionar la flor no era que le reviviéramos, sino que con ella curásemos a la gente del reino. Sin embargo, la Flor de Fuego no está al alcance de todos, ya que solo se encuentra en los Montes de Norial, al otro lado del mundo de las hadas. Así pues, hemos decidido enviarte para que tú la consigas en compañía de esa guarnición de guardias.

Habir solo fue capaz de decir:

¿Por qué yo?

Sabemos– dijo Arthuron- que cuando eras niño tuviste un encontronazo con unos magos y saliste ileso. Pensamos que se trata de alguna habilidad contra la magia, y opinamos que tú serías la mejor opción para el puesto. Así pues, ¿aceptas?

Habir lo pensó un momento. Siempre había querido salir al mundo de las hadas, pero no recordaba lo ocurrido aquel día, once años atrás.

– dijo al fin.- Acepto.

CONTINUARÁ

Inicio de la novela Flor de fuego, Álvaro Navarro Palazuelos 1ºESO A