El pasado domingo 9 de junio fue un día muy especial para nuestra comunidad educativa. Nuestro querido alumno Álvaro Navarro acudió a la gala de entrega del prestigioso concurso literario Los mejores relatos juveniles de la provincia de Alicante organizado por la Asociación Provincial de Libreros con la colaboración de la Diputación de Alicante. En esta nueva edición han participado 85 centros educativos y más de 10.000 alumnos con relatos cuya temática giraba en torno a temas actuales como el medio ambiente, los conflictos bélicos o la inteligencia artificial, así como otros temas más introspectivos en torno al bullying, problemas psicológicos o emotivas reflexiones.
El relato de nuestro «ganador», El general y la marca del árbol«, fue seleccionado como uno de los mejores relatos de la presente edición. No pudo llevarse el primer premio (la calidad literaria era muy elevada), pero el haber llegado hasta aquí es un gran logro. Con su esfuerzo y dedicación Álvaro nos ha demostrado que, incluso siendo tan joven, es posible alcanzar grandes éxitos. Su pasión por la lectura y la escritura (siempre lo encontraréis leyendo), así como su gran sensibilidad literaria, han hecho posible alcanzar este logro.
Estoy segura de que este premio es el primero de muchos otros importantes que llegarán en un futuro, y que seguirás brillando y alcanzando éxitos. Tu pasión, dedicación y esfuerzo son un ejemplo a seguir. Los sueños se pueden alcanzar y tú lo has alcanzado. Tu relato ha sido publicado en un libro, junto al de los otros relatos seleccionados, que se pueden encontrar en más de cincuenta librerías distribuidas en la provincia.
¡Enhorabuena, Álvaro! ¡¡¡Estamos muy orgullosos de ti!!!
A continuación, podéis leer su relato que nos invita a reflexionar acerca de un tema, lamentablemente muy actual, como es el horror de la guerra y sus consecuencias. Seguro que disfrutaréis de su lectura.
EL GENERAL Y LA MARCA DEL ÁRBOL
El Alto General Khendrar observó el campo de batalla desolado. Sobre la hierba marchita, sus hombres amontonaban cuerpos, derribados por lanzas y flechas, para que ardieran en la pira. ¡Pobres infelices! No sabían que su muerte serviría para un bien mayor.
–Mi señorrr – dijo uno de sus capitanes con acento hjiano. –La Garrra del Drrrragón ha zido exterrrminada con éxito.
-Bien, Dolzhir – dijo Khendrar, satisfecho. El plan había funcionado.
Caminó hasta llegar a las tiendas de los soldados, a los que impartió una charla acerca del orgullo de servir al Imperio de Szrendar, sobre cómo los sacrificios de sus compañeros habían valido la pena. ¡Pobres infelices, los klia! No sabían que la masacre había servido para un bien mayor.
Después, se acercó a su propia tienda y se quitó la armadura. A continuación, se sentó en su sillón. Aquella batalla había sido dura. Era la certeza del bien mayor lo que le mantenía en pie en momentos como esos y lo que hacía que pudiera despertarse cada mañana al amanecer.
Tras beberse una copa de vino y rezar sus oraciones a Fyar, la Diosa de la Guerra, salió de la tienda y comenzó a hacer lo que siempre hacía: honrar a los muertos enemigos.
Se paseó por el campo de batalla, observando los cuerpos caídos. La mayoría eran rojos, pero unos pocos vestían de azul. Bien. Todos esos sacrificios contribuirían a la expansión del Sagrado Imperio y al culto a los Dorëndar.
Entonces, vio algo que le llamó la atención. Una persona que no vestía ni de escarlata ni de cobalto, sino de blanco y negro. Se acercó e intentó desechar lo que se le pasó por la cabeza.
Se arrodilló junto al cuerpo sangrante, un cuerpo voluminoso, pero no orondo. Más bien grande, como los hombres que componían su guardia personal. Vestía una armadura que se dejaba adivinar tras su ropa bicolor, y su mano antaño empuñó una bella alabarda. No bella porque estuviese decorada con gemas y arabescos de oro, sino porque era un arma de buena calidad, liviana y temible. Le resultaba terriblemente familiar.
Le quitó el yelmo al guerrero caído (un yelmo que más que de guerra parecía de justa, con una bellísima cimera en forma de dragón), y observó sus rasgos. Joven y guapo, el hombre tenía el cabello castaño húmedo por el sudor. Sus ojos negros estaban abiertos en una eterna expresión de horror infinito, el horror de quien sabe que va a morir. Su nariz, ligeramente aguileña, estaba rota y manchada de rojo. Sus pómulos del color de la nieve ya jamás volverían a sonrojarse. En el cuello tenía una mancha de nacimiento con forma de árbol. Khendrar había sido la primera persona en ver esa marca.
El general se arrodilló junto a su hijo muerto, y rompió a llorar.
La nada inundó su corazón. Lenta y despiadadamente.
¿De qué servían las victorias gloriosas, si no tenías con quien compartirlas? ¿Quién era él para decir que el sacrificio de una persona había merecido la pena?
De repente, todas las palabras que había dicho antes le parecieron ceniza en la boca. Ya no servía de nada seguir conquistando para el Imperio.
¿Para qué, si ya no le quedaba nadie con quien celebrar esa victoria?
ÁLVARO NAVARRO PALAZUELOS 1ºESO C