ROBERTO MAESTRE, PROFESOR DE MATEMÁTICAS, SE DESPIDE DE NOSOTROS

EL ÚLTIMO QUE CIERRE LA PUERTA

Se me ha pedido que escriba un breve texto para la revista del instituto. Es lo que lleva consigo la jubilación, que te empiezan a dar trabajo. O al menos es lo que me dicen otros compañeros que ya están en dicho trance; cito literalmente, “Roberto, no hagas planes. No vas a tener tiempo pa ná”.

En cualquier caso, maldita la gracia que me hace. Y no es porque no me guste escribir. Al contrario, el roce del lápiz sobre el papel es tan sugerente y seductor como una caricia sobre la piel de la persona amada. Es porque lo que se me pasa por la cabeza es demasiado incómodo y salvaje como para ser publicado.

Y es que un texto de despedida y agradecimiento, con su enaltecimiento de los años trabajados, los compañeros conocidos y los alumnos sufridos, me resulta más empalagoso que una ración doble de dulce de leche. Incomestible. Y como el cumplir años y hacerse viejo trae consigo que pierda cada vez más la vergüenza, pues me voy a permitir eludir la supuesta responsabilidad de realizar una oda al viaje a Ítaca laboral.

¿Significa esto que no he disfrutado de mi trabajo? No. Para nada. Pero si he de hablar de mi experiencia vital de treinta y seis años de labor docente, no voy a poder evitar mencionar tanto las luces como las sombras. Y de estas últimas hay para elegir. Y claro, la tentación es fuerte. Es difícil escapar al reverso oscuro.

Así que si quisiera resumir mi vivencia como profesor en una sola frase, esta sería algo así como la siguiente. Siento tristeza y rabia al ver de primera mano la devaluación del sistema educativo. Se ha conseguido que los institutos pasen de ser un templo del saber a ser una guardería de la mediocridad.

Las supuestas buenas intenciones de la miríada de leyes educativas, que van surgiendo en cascada a través de los años, no se sustentan en mecanismos que permitan ejecutarlas. Al contrario, se ha conseguido una burbuja aislada de la realidad, en la que los protagonistas de la historia, nuestros niños y adolescentes, son considerados como agentes medios subnormales que necesitan ultraprotección de todo y de todos, en un ambiente de muy poca responsabilidad y con una recompensa al esfuerzo realizado convergente asintóticamente a cero. Actualmente un alumno consigue resultados aceptables simplemente con que respire. De otro modo, parece que se va a traumatizar. Lo del esforzarse y trabajar parece que es de otra era. En esta Disneylandia educativa vamos a jugar y ser competentes (sea lo que sea una competencia; que aún nadie ha sabido explicármelo de manera convincente).

No me parece razonable que permitamos que nuestros jóvenes no sepan redactar un texto de cinco líneas.

Bueno, aquí lo dejo. Paro de escribir porque me estoy encendiendo.

Me voy.

El último que cierre la puerta.

Roberto Maestre, profesor de Matemáticas

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