José Ignacio Del Barco, profesor de Inglés y Jefe de Departamento durante varios cursos.
El timbre de cambio de clase ha sonado una última vez. Cierras el aula y piensas, divertido y sorprendido al mismo tiempo, que han sido 37 años vividos a golpe de campana, pendiente de un timbre cada 55 minutos. Incluso has vivido un calendario especial en el que Año Nuevo nunca ha caído en enero, sino en septiembre. Va a ser extraño cambiar esa rutina tan asentada durante tanto tiempo, sobre todo porque ha sido una rutina seductora.
Los que hemos tenido la fortuna de poder disfrutar de nuestra vida laboral en la educación sabemos que el destino, si es que existe, se portó bien con nosotros. He recorrido una senda apasionante, en la que enseñanza y aprendizaje han ido siempre de la mano, entremezclando sus caminos, mostrando las dos caras de un proceso que es indisoluble. Acompañas a los alumnos en su ruta por el aprendizaje, y al mismo tiempo, ellos te enseñan a mejorar. Nadie nace sabiendo montar en bicicleta o tocando un instrumento, y de igual manera, nadie nace sabiendo enseñar. A enseñar se aprende, sobre todo, con la práctica, compartiendo experiencias con compañeros y aprendiendo de los errores. Por estos pido disculpas, pues fueron sin intención.
Me llevo infinidad de encantadores pequeños momentos, de animadas conversaciones en los pasillos o en la cantina del instituto en las que creíamos- qué idealistas- que era posible arreglar el mundo de la educación. Recordaré siempre colaboraciones maravillosas con otros docentes y proyectos originales que parecían arriesgados pero que solían salir bien. Me llevo también despedidas tan emocionantes que marcarán para siempre el recuerdo que tendré del instituto. Me llevo, sobre todo, amistades que estoy seguro que sobrevivirán a una pequeña distancia que, inevitablemente, se abre a partir de ahora.
Por todo, y a todos, muchísimas gracias.
José Ignacio Del Barco