…Fernando Romero, profe de Matemáticas (Nocturno)
Me voy con los últimos deberes hechos, aunque sin corregir. Ya lo hará la profesora llamada vida. Profesionalmente, siempre me he dedicado a la enseñanza de las matemáticas a miles de estudiantes en diferentes lugares de España. En Alicante, sin embargo, durante treinta años. En cada una de las aulas en las que he estado siempre he tenido claro que los auténticos protagonistas de esta rutina son adolescentes que han padecido conmigo numerosos cambios legislativos que, en ocasiones, han removido el proceso de enseñanza y aprendizaje que entre ellos y yo poníamos en marcha cada día. A veces, me afectaba, otras, sencillamente, no mucho. Seguían importándome ellas y ellos.
Parece ser que Charles Darwin dijo en alguna ocasión que un matemático es un hombre ciego en una habitación oscura buscando un gato negro que no está allí. En algún momento, me he sentido tal cual. Ahora bien, no he cejado en el intento de encender pequeños focos de luz para que ese lugar oscuro no lo fuera tanto, ni para mis alumnos ni para mí.
También, muchas compañeras y compañeros, no solamente de matemáticas, nos hemos sentido como el protagonista de Darwin durante este largo camino en un sistema que de vez en cuando nos ha intentado convertir en un número primo cualquiera.
No soy un adicto de la teoría de los números, como Kaprekar, quien descubrió la misteriosa belleza del 6174. Quizá, un poco sí de la enseñanza de los números. Y con todo ello, he aprendido muchísimo cada día en cada clase, en cada centro, incluso cuando ocupé accidentalmente un cargo directivo. La máxima que se le atribuye a Albert Einstein, alguna vez se la he repetido a las chicas y a los chicos con quienes he compartido miles de horas: «No te preocupes por tus dificultades en matemáticas. Te puedo asegurar que las mías son aún mayores». Espero de corazón haber contribuido en algo a su capacitación.
Efectivamente, nadie ni nada es perfecto, incluso como las propias mates. Seguiré haciendo deberes durante mucho tiempo (eso espero) y será el día a día quien me los corrija.
Gracias siempre a todas y todos quienes me habéis soportado. También, a aquellos que yo he aguantado, generalmente, a los que no conocen la cotidianeidad de la enseñanza en un instituto: siempre estáis a tiempo de hacerlo; y, quizá, ayudéis de verdad a que nuestros jóvenes se conviertan en nuestra mejor versión