Detrás de mi ventana: “Matar el tiempo”

(Si estás leyendo en el móvil, se aconseja poner apaisado)

Matar el tiempo 

I

Cada día esculpe el tiempo expedito

la arruga de nuestra sombra

mientras la vorágine de la rutina

nos hace pensar en chorradas

como, por ejemplo, las despóticas leyes de mercado

o la prima de riesgo que nos arroja su fétido aliento en el cogote.

Cada día las horas olfatean

la angustia de saberse vivo,

de saberse vivo y desnudo de esperanza

en un mundo vasto e incierto

al que nos aferramos en un vaivén de noches hostiles y amarillas.

Las flechas de los segundos, ávidas de piel dolorida,

gozan clavándose en la imagen de ese tiempo

que se sucede a intervalos

y que come y bebe aunque no tenga sed ni hambre.

Vulnerant omnes, ultima necat.

Tiempo avaricioso y perseverante.

Todo lo cambiará el tiempo que se va.

.

II

En la cárdena oscuridad que aja las horas mortecinas

se oye por la radio

me falta tiempo,

no tengo tiempo ya,

 o bien, cuánto tiempo he perdido en mi vida.

 La blanca lanza del instante

saja la ilusión

y obliga a olvidar la primavera de luz que habla al oído de días de ensueño,

de momentos de lujo para la lectura

o de salitre en los muslos.

Se acepta, pues, el envite de la vida

que no consigue atrapar los momentos no estrenados,

esos momentos detenidos,

los momentos intocados por el tiempo.

Ni siquiera se puede comprar con dinero

aquello que se perdió o quizás se dejó escapar.

No. Todo ha sido ya.

.

III

Para matar el tiempo

deambulo entre los escombros de una ciudad en ruinas.

Como si yo hubiera provocado la catástrofe

me hundo en la culpa

en un momento impalpable de expiación.

El tiempo silencioso contempla impasible

el movimiento del eterno fluir del agua de un arroyo.

En la distancia se oye un ladrido lastimero. En la distancia.

Me voy acercando para ver si atisbo signos de vida humana.

No los hallo.

El reposo del universo se contradice con la risa del agua

lo que me provoca una sensación de estar en otra dimensión.

Me siento en un sofá desvencijado que encuentro en medio de una calle.

Me siento y lloro. Lloro.

Lloro zafiros que ya no tienen valor alguno.

De pronto, sé que no queda ningún humano en el mundo. Excepto yo.

Crono ha sido vencido por Zeus y ha dejado el cosmos a la deriva.

Ah, el tiempo que se va. El tiempo fugitivo.

 

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