Vivimos tiempos convulsos. La pandemia del COVID-19 ha trastocado nuestra vida, nuestra existencia, nuestra forma de ver el mundo y de afrontar nuestra realidad. Hay mucha gente sufriendo pérdidas de seres queridos, con miedo a volver del trabajo e introducir el virus en su vivienda, en su hogar, en el lugar más seguro que conocemos. Otros permanecemos en casa trabajando e intentando dar normalidad a una situación que no es normal, intentando fingir que todo sigue igual y que nada ha cambiado cuando todo lo ha hecho. Y aquí es cuando me vienen a la mente multitud de pensamientos, de maneras de ver esto que nos está pasando y de cómo sobrellevarlo de la mejor manera posible.
Espero que nadie se me eche encima, pero hay una base desde la que tenemos que partir: las clases presenciales son insustituibles, y lo son más para los estudiantes de la ESO y Bachillerato. Esto no quiere decir que no sea producente que nuestro alumnado tengo algo de tarea para hacer y que la enseñanza académica no sea un medio con el que desconectar de la actual situación, ahora bien, la actividad académica no es prioritaria. Y no lo es porque si a los adultos nos está costando gestionar este confinamiento, imaginemos cuánto le puede costar a un niño o a un adolescente. Si a todo esto le añadimos la presión y la incertidumbre de los ejercicios a hacer y entregar, ya tenemos el cóctel explosivo.
Desde mi punto de vista, ¿cuál es la labor del docente durante este período? Sin dejar de lado nuestra vertiente académica (siempre en su justa medida), el modelo educativo que deberíamos aplicar es la educación emocional, algo que generalmente tenemos un poco olvidado en nuestro día a día en las aulas y que ahora es el momento idóneo para recuperar y perfeccionar. Más que nunca tenemos que escuchar a nuestro alumnado, ser empáticos, aconsejar, tranquilizar, evitar agobios y, sobre todo, lanzar el mensaje de que lo importante es que tienen que procurar que en casa todo el mundo esté feliz. Tenemos que ser conscientes de que detrás de las pantallas hay criaturas que están viviendo experiencias complicadas y, por tanto, se pueden dejar de lado los contenidos momentáneamente y poner encima de la mesa toda nuestra humanidad.
En esta situación nuestro alumnado está mostrando un respeto y una educación mayor incluso de la que muestran en el tú a tú. Se muestran muy agradecidos y agradecidas y nos sienten más cerca, acompañándoles. Las nuevas tecnologías son un medio que bien utilizado acerca personas, sirven para poder hablar de cualquier cosa. Hay estudiantes que se atreven a contarte cosas que necesitan contar. Y yo, como docente, creo que tengo la responsabilidad de utilizar mis conocimientos en educación en valores y en educación emocional para dar respuesta a las demandas que, de forma explícita, nuestro alumnado requiere. Además, he de transmitir nuestras felicitaciones por la paciencia que están demostrando durante este confinamiento y la comprensión con el ejercicio de nuestra función docente.
Como me comentaba un conocido que trabaja en otro centro: “me he pasado el día diciéndole a mis compañeros que pedir que los alumnos y alumnas hagan 20 tareas que no saben hacer y las suban a las plataformas digitales NO ES DAR CLASES ONLINE”. Por tanto, relativicemos y que estas vacaciones de Semana Santa nos sirvan para seguir reflexionando sobre nuestro trabajo y sobre la estupenda (y siempre mejorable) labor que estamos realizando pese a las adversidades y cómo están respondiendo las familias de nuestro alumnado y el propio alumnado. No debemos dejar a nadie atrás, no podemos permitírnoslo, nunca lo hemos hecho. Me siento orgulloso de pertenecer a una comunidad educativa que vela por los intereses de todos y todas y pone sobre la mesa el valor de la función pública y social que hacemos con nuestro trabajo.