Cuando escuché por primera vez el nombre de Manuel Molina, por parte de mi profesora Lola, no tenía la más mínima idea de lo que estaba a punto de descubrir. Al principio no lo tomé con demasiado interés, pues no conocía mucho la poesía y me parecía más bien un juego arbitrario y absurdo: encajar palabras en unos moldes, montado de forma que rimara y, voila, un poema.
Estas ridículas ideas que tenía por aquel entonces cambiaron cuando comencé a leer las poesías de Manuel Molina, gracias a la antología seleccionada Versos escogidos. Comencé a ver la belleza en el verso. Algunos dicen que el arte es morirse de frío, yo digo que la poesía es un arte en carne viva. En este artículo me gustaría mostraros algunas de mis poesías favoritas de Manuel Molina.
Este poema me gusta porque me hace sentir una voluntad que desea alzarse ante un mundo indolente y pasivo. Una confrontación total contra la consagración del Kitsch (un arte barato, masificado, vacío) en un mundo en el que todo es un espectáculo. Una lucha contra la decadencia y el ocaso, hijos del tiempo.
Hay un fuerte anhelo por recuperar lo auténtico, el ser y la cosa en toda su pureza y sentido. Cada elemento en su lugar, su sitio en la vida y en la existencia, todo por crear un coro que resuene en armonía.
Se siente una nostalgia por un pasado y un ser humano que era dignificado gracias a un impulso vital de superación, y no humillado por una voluntad débil ante el deseo pasional y sensual. Un retorno al origen de los tiempos, en el que el ser humano y la naturaleza se unían en una armonía perfecta y auténtica.
Si el anterior nos mostraba una fuerza y anhelo insuperables, este poema transmite un dulce y delicado lirismo que se ve reforzado por su brevedad. A mí personalmente me ofrece dos sentidos.
El primero es el de dos almas unidas por un amor profundo, puro, lleno de bondad, belleza y ternura. Casi platónico, como una aspiración que parece alzarse más allá de la realidad, como la contemplación de un firmamento estrellado: lleno de una belleza sobrecogedora que infunde una paz y una felicidad catárticas.
Mi segunda interpretación es la soledad de un alma bondadosa, no una soledad oscura y tortuosa, no un inquieto silencio que inspira temor y desánimo, sino la que, con tal de conservar su inocencia y felicidad, se reviste a sí misma de un aislamiento deseado y querido. Todo mientras el alma susurra una suave canción.
Este poema me gusta por la representación que hace del pueblo como un ser gigantesco. Un titán mahleriano, el de la primera sinfonía de Gustav Mahler, que nace en la naturaleza y en la noche más oscura. Ese titán no es más que una representación de todo lo humano. Un ser que puede ser inocente y bondadoso, o perverso y destructivo, que se embate por llegar a ser puro y por estar más allá del bien y del mal
Este último espíritu de la furia y la destrucción es el que embarga al titán al ver a la luz del amanecer el Suceso, un elemento provocado por una entidad más allá del titán, que, a pesar de toda su fuerza y espíritu, nada puede hacer sino rebelarse para acabar aplastado por ese rebaño (otra representación del ser humano) que aplasta y hunde al titán en el barro en un sentido autodestructivo.
No puedo finalizar este artículo sin recomendaros vivamente la poesía de Manuel Molina, tanto para quienes sean ávidos lectores como para quien no se haya sentido atraído todavía por la poesía. Siempre hay mundos inesperados por descubrir…