Con motivo de la celebración del Día de la Mujer, muchos colectivos nos recuerdan mujeres ilustres que han destacado en distintos campos sociales y profesionales. Son mujeres que no lo tuvieron fácil en un mundo bajo el control masculino. Incluso, en algunos casos, se resignaron a trabajar en la sombra, con gran generosidad, por y para sus esposos, padres o hermanos y encontraron infinitos obstáculos para poder realizarse. Algunas, incluso, en el ámbito de las artes, tuvieron que buscar un pseudónimo masculino para que su obra fuera valorada.
Esas mujeres perseverantes, contra viento y marea, lograron hacerse un hueco para desarrollar su actividad. En la Comunidad Valenciana podemos citar damas tan ilustres como Clara Campoamor, gracias a la cual las mujeres votaron aquí por primera vez en 1933. Recientemente han salido a la luz otros nombres como la ginecóloga Manuela Solís, la primera licenciada de la UV; la compositora Matilde Salvador, hija adoptiva de Valencia en 2008; la alcaldesa de Vilallonga (Valencia) durante la Guerra Civil, Rosa Estruch; la docente de la cárcel de mujeres, Presen Sáez; la maestra y feminista Enriqueta Agut; la política y defensora de los derechos de las mujeres, Pilar Soler; la maestra y política valenciana, Empar Navarro; las pintoras Dorotea y Margarita Joanes, y tantas otras.
Pero, desde aquí, sin desmerecer a féminas tan valiosas, quiero hacer un pequeño homenaje a esas mujeres anónimas que he visto desde siempre en mi pueblo. En la sombra, sin hacer ruido, han entrado en el mundo laboral con unas condiciones de trabajo muy duras e inferiores a los hombres. Han tenido una vida llena de dificultades, y, pese a ello, han sacado energía para dar a los suyos ejemplaridad en valores. Mujeres que en sus hogares han estado trabajando por colaborar un poco en la economía familiar desde una máquina de aparado, desde el bancal trabajando como jornaleras agrícolas, o desde las fábricas. Mujeres que han dedicado ocho, diez, doce horas a ese trabajo y, además, al llegar a casa han realizado las tareas cotidianas del hogar, han velado por la educación de sus hijos, y comprobado que en todas partes reina el orden.
Esas mujeres no han desarrollado actividades públicas, no son conocidas por sus grandes logros pero son los auténticos pilares en los que se sostiene la sociedad. Desde el altruismo que las caracteriza, no buscan el reconocimiento; cada día se levantan con el objetivo de mejorar el mundo empezando por su propio hogar.
Su honestidad y su tesón se mantienen aunque los tiempos no sean favorables. Por eso, desde la humildad, ellas son las mujeres ilustres que me devuelven la esperanza en el futuro.