Es algo insólito. ¿Estaremos hablando de brujería? ¿Magia, quizás? No, no puede ser que sea magia. Dejé de creer en ella hace mucho tiempo. Ahora que lo pienso, puede que dejara de creer en la magia exactamente a los doce años; cuando descubrí por accidente la auténtica historieta sobre el ratoncito Pérez, los Reyes magos, o incluso San Nicolás. Sí, ahora que lo pienso, mi vida nunca ha sido igual desde que descubrí aquello. Son cosas de la vida, ¿no? ¿Qué persona no ha dicho eso? : “Es que, hija mía, la vida es así. Son cosas de la vida.” Siempre me ha parecido una expresión horrenda, nefasta, es una expresión que odio. Sea como fuere, creo que en mi casa habita algún que otro fantasma. Estaría asustada, de no ser porque el hecho de que exista un ser sobrenatural en mi casa puede que sea lo más normal de ella. El caso es que pasa algo. Llámalo magia, llámalo brujería, llámalo X.
¿Que por qué hay magia? Vaya, creía que nunca me lo preguntarías. Verás, algo extraño sucede durante el día. Cuando me levanto cada mañana, el pasillo huele a limpio. No a lejía, sino a un fresco aroma a pino, mezclado con jazmín, tal vez. Sí. Algo rarísimo. Cuando salgo de la ducha, cómo adoro mi ducha, voy a la cocina y tengo el desayuno hecho. Sí, sí, como te lo cuento, como por arte magia. Está todo recién hecho, calentito, saliendo vaho de la tortilla de claras o del café, un café que me sabe a gloria, mejor que el de muchas cafeterías, te lo aseguro. Salgo corriendo de mi casa porque siempre me entretengo viendo algún que otro episodio americano de la serie Sexo en Nueva York¸ quizás porque después de Pretty Little Liars, Glee, o Gossip Girl, un vacío allana mi tosco corazón, y cuando vuelvo, exhausta de la rutina, con los ojos cansados y la cabeza a punto de estallar en un ataque de histeria, ¡ZAS!, mi habitación está recogida, la cama hecha y ese olor tan característico del que os he hablado, pino y jazmín. Como la mayoría de estudiantes de segundo de bachillerato vivo en una montaña rusa en la que el desorden es el nuevo orden. Soy tan ordenada para unas cosas y tan desordenada para otras… En mi propio desorden existe un orden. Lo juro, lo hay. Está ahí. Presente, y aunque muchos adultos no lo entendáis o no lo veáis, está, existe. Seguro que tú me entiendes. Todo el mundo sabe de qué hablo, incluso puede que lo hayáis vivido. Oh, perdona, uno por ciento de los estudiantes ordenados, contigo no he contado. No te ofendas. No era mi intención, bichillo raro. El caso es que mi dormitorio está como recién comprado y me hago cruces, como es lógico. Sí, me hago cruces, y más grandes que la de Jesucristo. Me siento hasta incluso en la cama, incrédula, atónita, perpleja. Quizás para comprobar que no me he vuelto majara del todo, o para saber si alguna fuerza o espectro me tirará de los pelos por haber esclafado su obra de arte. Pero no pasa nada. Nada. La cama está mullida y me entra sueño, pero más fuerte es el sonido de mi estómago cuando el reloj marca las tres de la tarde. Vaya. Camino hacia el comedor y hay un plato de lentejas del que sale humo. ¡No puede ser! ¡Adoro las lentejas! ¿Cómo diantres ha llegado eso ahí? Giro a mi alrededor, buscando alguna respuesta, pero no hay nada. Y como no hay nada, me limito a degustar aquel suculento manjar, merecedor de toda una constelación de estrellas Michelín. Y me voy a dar clases a mis niños, y luego a la autoescuela, y luego al gimnasio, y cuando vuelvo mi hermana y mi padre ya están en casa. Me ducho y ceno. Entonces me pongo a leer o a estudiar. Cualquier cosa, incluso las dos a la vez. Ocho asignaturas que se nos hacen cuesta arriba, que me saludan y se ríen de mí cuando miro de soslayo las portadas de los libros. Algunas me gritan “¡Pringada!” Economía, por David Perales Soler, Matemáticas, por Luis Sanz, Historia, Lengua, Psicología… Ja, ja, ja. Hacia las once mis párpados se cierran. No aguantan más el peso de la gravedad. Y justo cuando creo que voy a quedarme dormida encima de los apuntes, aguardando quizás la esperanza de que al día siguiente los apuntes hayan quedado memorizados en mi frente, aparece la figura culpable de toda esa magia. Aparece vestida con un batín de color granate, más bien burdeo, pongámonos exquisitos. Aparece con tres leves golpes y un té verde entre sus manos. Aparece con la misma frase de siempre: “hola, mi amor, ¿qué tal el día? Te he echado de menos.” Y es que no hay mayor magia, que la magia que ejerce mi madre todos los días.
Esto es una maravillosa historia que se me ocurrió bajo una de esas duchas tan gloriosas. Mi madre, al igual que las vuestras, se merecía este homenaje. Hoy es su día. Bueno, cualquiera es su día. Hoy es el día de cualquier fémina capaz de todo. Y cuando digo todo, es absolutamente todo. Las madres, además de ser enfermeras, cocineras, pañuelos que absorben nuestras penas, psicólogas, peluqueras… También son magas. Y merecen que todo el mundo lo sepa. Mamá, este post va para ti, seguro que ahora estarás roja porque no te lo esperabas y estarás pensando “esta hija mía… La mato”, pero al igual que tú crees en mí, yo también creo en ti, y quería que tú y todo el mundo lo supiera. Pero no solo a mi madre, vuelvo con vosotros, sino a todas y cada una de todas las madres, peores o mejores, con más o menos tiempo, con más o menos experiencia, porque sois maravillosas. Porque madre solo hay una. Porque sois magas. Porque os merecéis todo reconocimiento posible. Por eso y mucho más, feliz día de la mujer trabajadora.
L.I.