Yo soy testigo de la situación en la que nos encontramos nosotros, los estudiantes, fruto de la incomprensión de una clase política, intoxicada de ego, que legisla en materia de estudios sin tener en cuenta la opinión de profesores y alumnos. Solo la cuestión de las reválidas avala mi palabra. Dentro del ineficaz engranaje que es el actual sistema educativo español, hay una cuestión sangrante que no solo nos afecta a nosotros, sino también a nuestras familias.
Parece un chiste de mal gusto, resulta irónico que España, uno de los países en los que se mandan una mayor cantidad de deberes, se encuentre al final de la cola del nivel y del proyecto educativo europeo.
Los estudiantes, demasiadas veces nos encontramos desbordados de deberes, tareas, estudios, trabajos, etc. Esto no es algo que ocurra solo en las semanas normales, sino también en los arduos periodos de exámenes. Unos estudiantes, en su intento de abordar todo el trabajo, terminan acosados, abrumados, con verdaderos ataques de ansiedad y depresión cuando piensan en el instituto o en los deberes. Para ellos, tras los amigos, la familia y el tiempo libre, estará continuamente la aterradora sombra del instituto, que habrá contribuido a forjar un espíritu encadenado. El café, el trasnochar y el sacrificio desmedido serán sus nuevos amigos. Probablemente serán unos intoxicados de éxito, dinero y placer, pero pútridos de espíritu y alma. Ascetas urbanos del trabajo y del único dios verdadero: el dinero.
La gran mayoría, al ser incapaz de abarcarlo todo, se ven obligados a establecer unas prioridades que hay que cumplir sí o sí, tal y como si fuera una jornada laboral. Y es que es así, ahora el estudiante es un nuevo tipo de empleado, sin remuneración y ni siquiera consideración.
Luego están los que abogan por la rebelión consciente o inconsciente. El rechazo al trabajo impuesto, a la coacción.. Yo mismo participé en esa rebelión, lo hice hasta que me di cuenta que quienes lo hacen, por desgracia, normalmente terminan siendo unos parias modernos, viviendo de lo padres y sin ningún sustento propio.
¿Y los padres? Tras ocho horas de trabajo casi ininterrumpidos, casi todos los padres llegan cansado a sus casas, luego tienen que hacer tareas domésticas, preparar la cena, resolver asuntos, etc. Los hijos, encerrados en sus cuevas, estudiando, o por ahí fuera de parranda… Los padres ya casi no tienen tiempo ni energías para dedicar a sus hijos, en buena parte porque la conciliación laboral y familiar es nula. La comunicación, tan fundamental para eso que llamamos ”familia”, languidece hasta convertir la casa en personas ajenas viviendo bajo un mismo techo. Por suerte, hay padres que comparten las quejas de sus hijos: los hay que se manifiestan y crean campañas para regular más el tema. Claro que esto solo se queda en buenas intenciones sino hay un gobierno que los apoye.
Luego están los deberes en sí, que parecen una oleada de datos para procesar, cual ordenador. De entre toda esa pila de papeles y de deberes muy pocos son creativos. La inmensa mayoría se limita a copiar y pegar un fragmento del libro. Por supuesto, esto también crea una actitud de trabajo, incluso una nueva cultura: la del copiar y pegar. Así, las fuentes donde copiar y pegar son infinitas; la originalidad y creatividad, cero.
Los deberes tienen que ser un complemento opcional, que ayude a profundizar en la materia y a ser críticos con ella, desde el Arte y la Filosofía, hasta las Matemáticas, pasando por la Historia, la Biología, la Economía, a todas las asignaturas,de una forma u otra pueden aplicarse estos criterios, que no son solo míos, si no que han sido formulados por intelectuales de todas las ramas, a lo largo y ancho del tiempo y el espacio.
Porque la verdadera esencia de la educación tiene que ser la persona, educar personas con un criterio y una cultura que les permita florecer, ser libres, completos y realizados. ¡Cuántas personas navegan en la oscuridad, sin saber dónde ir porque nadie les ha dejado una vela con la que guiarse! Los profesores tienen el insospechado poder de encauzar al alumno a convertirse en un posible genio, un Albert Einstein, un Friedrich Nietzsche, un Beethoven, una Virginia Woolf, o en un sujeto más navegando dentro del sistema, como nebulosas entre las brillantes estrellas. ¿Vamos a desperdiciar ese cuasi desconocido poder?