El camino hacia las Olimpiadas

6 de marzo de 2020. Ese día a las 16:00 horas en la Universidad Miguel Hernández de Elche el acontecimiento que estaba por ocurrir era el gran examen de la Fase Local de la Olimpiada de Química. Yo había visualizado incontables veces el momento en que  empezaría a hacer el examen antes de que llegara la hora cero. Pero detrás de todo gran momento hay mucha preparación, trabajo y, por supuesto, el aprendizaje que es, sin duda alguna, la mejor recompensa que te pueden dar los fracasos.

La verdad es que detrás de mi ambición por competir en las Olimpiadas está la influencia de uno de los mejores estudiantes que he conocido en mucho tiempo, Álex Rodríguez, el cual participó el año anterior y quien me aconsejó, desde antes de empezar el curso escolar, que considerara la opción de prepararme para dicho acontecimiento, cosa que, a decir verdad, no tuve que pensar mucho pues tengo claro desde hace tiempo que la Química, y en general la Ciencia, equivalen a una importante parte de mi personalidad.

Más adelante, ya iniciado el curso de segundo de Bachiller, el más arduo y laborioso de toda mi vida, mi profesor de Química, Fernando Murcia, nos ofreció a toda la clase la oportunidad de prepararnos para la Olimpiada, pero el tren solo lo cogimos tres personas; Anastasija Pju-Kovrova, Cristina Liguori, y mi persona, Juan Pablo Ghisays, al que todos conocen como “JuanPa”. Desde el principio teníamos claro que serían horas y horas de trabajo donde no solo tendríamos que ampliar nuestros conocimientos sino también hacer decenas, diría incluso que centenas de ejercicios, aparte de todo el temario de Química que era estrictamente escolar, pues no está de más recordar que todo lo relacionado con la Olimpiada era extraescolar. ¿Estábamos dispuestos a trabajar tantas horas con el fin de conseguir llegar lo mejor preparados posibles al examen de Olimpiadas? Por supuesto que sí. No cabe duda de que nuestra ambición estuvo por delante de los nervios, el miedo, el escepticismo de creer que sería complicado para nosotros.

El día del examen los tres estábamos emocionados. Cada uno a su manera. La noche anterior no pude dormir. De camino a la Universidad repasábamos en el coche todo lo que habíamos visto, y nuestros aciertos demostraban lo bien preparados que estábamos. El apoyo de nuestros amigos, profesores y familiares nos fortalecían aún más.

Antes de entrar en el aula donde íbamos a hacer el examen estábamos nerviosos. Sin embargo, esos nervios se mostraban de forma distinta, o en mi caso no se mostraban lo cual no significa que no estuvieran ahí carcomiendo mi interior. Aun así, pude controlarme desde dentro con ejercicios de respiración y repitiendo una y otra vez nuestro mantra, nuestro lema: “El Au (Oro) es nuestro”. Al empezar el examen, los nervios se fueron disociando y después de resolver a la perfección el primer problema sentía muy en el fondo que de una u otra manera las cosas iban a ir bien.

Por desgracia, los demás problemas pudieron con nosotros. Yo leía una y otra vez, lento y rápido, pero poco a poco, sin darme cuenta, mi mente me estaba traicionando. No dejaba de repetirme “Cálmate, no te pongas nervioso”, pero inconscientemente movía las piernas, sentía las manos y los pies fríos, la boca seca, e incluso durante un breve lapso de tiempo llegué a verlo todo gris, literalmente. A pesar de todo ello avancé un poco en los problemas, lo suficiente para quedarme con una condenada frase, de esas que nadie debería decir nunca: “Si hubiera tenido más tiempo…”. Al salir del aula me sentí libre como si toda la presión que yo mismo había depositado en mí hubiera desaparecido. No estaba contento porque sabía que podría haber dado más de mí, pero aun así estaba satisfecho de que el esfuerzo había valido la pena. Fernando nos explicó los ejercicios y francamente debo decir que fue como si me hubieran quitado una venda de los ojos y me hubieran tirado a la cara un cubo de agua fría, porque en ese momento vi con mayor claridad los problemas que se habían hecho antes difíciles. En la siguiente parte del examen, la de las cuestiones, entramos con más calma, el tiempo pasó más deprisa, y ya no había tantos nervios como antes. Lo habíamos hecho, habíamos pasado la prueba.

Días más tarde, un mensaje de Fernando llegó a mi móvil en torno a las 8 de la noche, que decía “El Au es tuyo. Enhorabuena Campeón”. Y al ver en el grupo de WhatsApp que teníamos que yo había quedado Tercero en toda la Fase Local, fue una de las grandes alegrías de toda mi vida como estudiante. El hecho de saber que me había clasificado para competir con más estudiantes de toda España me realzó porque sentía que el esfuerzo había dado sus frutos, y ahora, a pesar de la incertidumbre ocasionada por la pandemia global del Covid-19 que golpea cada uno de los ámbitos de la cotidianidad y la vida a la que estábamos acostumbrados, trabajo duro para superarme a mí mismo, y espero poder dar la talla en la prueba a la que me enfrentaré en la Fase Nacional. Quiero agradecer a Fernando por su extraordinaria labor como profesor y a mis compañeras Anastasija y Cristina por poder compartir juntos la experiencia.

También agradezco a mi familia y a mis amigos y amigas, los pilares fundamentales de mi vida, pues su apoyo y cariño diario me realizan y completan como persona y me inspiran a seguir hacia adelante.

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