HASTA cuando esa música sin ojos,
sin sonrisas, ni gracia, ni soltura,
que envuelve de pesar nuestra presencia
y enturbia nuestro anhelo noble y puro?
Hasta cuándo esa jerga sin sentido
de algodón y de plumas, suavemente,
que acarician el vello prematuro
de tanto adolescente trasnochado?
Hasta cuándo esa mísera palabra
rebuscada y viuda, sin semilla
de verdadera luz que la levante?
Estamos ya cansados y molidos
de oír tanta vejez, tanta carcoma
como susurra el viento de estos días,
como se escucha siempre, siempre, siempre.
Hora es ya de que vega el vigilante
y disperse la murga, y que la noche
vuelva al silencio grande de sí misma,
con su sonoro ser de terciopelo.
Hora es de que vuelvan a la tierra
los que han de labrarla, los que deben
coger el azadón, el pico o pala,
y ganar con sudor el pan que comen.
Hora es de que vuelva cada uno
a ocupar su lugar, ni más ni menos,
y suene el yunque y la garlopa afine
el fresco corazón de la madera.
Es necesario que los hombres sepan
que han de volver al tajo de su origen
y empezar la labor cuando la aurora
afile su cristal por las espaldas.
Es necesario darle a cada día
su importancia vital, su flor madura,
el esfuerzo que alienta y vivifica.
Estamos ya cansados de ver hombres
babeantes y enanos como el musgo.
Es necesario levantar la sangre,
besar la melodía de las hojas
y escuchar el rumor de tierra adentro.