Sully, la última película de Clint Eastwood, recrea y hace una reflexión sobre el ‘milagro sobre el Hudson’, el accidentado vuelo 1549 de US Airways y la figura del piloto, Chesley «Sully» Sullenberger.
La primera sorpresa la encuentro nada más comenzar la película: el avión, surcando el cielo de Manhattan y estrellándose en un edificio. En realidad, era una pesadilla de Sullenberger. 208 segundos fue el tiempo que duró en la vida real.
Esta es una escena que no habría esperado de este director, un momento onírico que ejerce de leitmotiv y de pregunta a lo largo de todo el film, ¿Qué habría sucedido si hubiese fracasado en su aterrizaje? Esta escena se repite varias veces a lo largo de la película, para representar el remordimiento del subconsciente del protagonista. Son unos asfixiantes tres minutos y 28 segundos que se repiten varias veces y desde varias perspectivas.
¿Por qué me sorprende esta escena? Clint Eastwood no es un director como la mayoría de los actuales; en sus películas no destacan demasiado los elementos individuales (la fotografía, la música, la dirección, el guion). Si desmenuzásemos sus películas de forma sistemática y analizando cada componente, no lograríamos alcanzar a comprender el porqué de su éxito.
El cine de Eastwood, es, como yo llamo, un arte equilibrado: ninguno de los factores que compone la obra tiene una preponderancia sobre el resto, pero a la vez, tienen una gran calidad. Al ser así, sus películas tienen una extraordinaria unidad y solidez; eso es algo que muy pocos directores son capaces de hacer, son muchas las películas que son arruinadas por el mal uso de un elemento concreto.
A esto hay que añadirle un manejo sin titubeos de los saltos temporales, una buena fotografía, y lo más destacable de toda la película: el retrato personal del piloto, Chesley Sullenberger, interpretado por Tom Hanks, un veterano de nivel que ahora, con calculada sobriedad, representa un papel más humano y dramático. Frente a otras escenas que retratan a algunos tripulantes del avión y que se sienten un tanto superficiales, el retrato de Sully es complejo y profundo.
Sullenberger era un hombre mayor, tenía 58 años cuando sucedió el accidente y era ya un padre de familia, con toda una larga vida dedicada a la aeronáutica. El accidente fue algo a la vez milagroso y terrible, milagroso por las 155 personas salvadas, y terrible por la enorme presión que tuvo que soportar Sullenberger durante el proceso y después.
Dentro de la sociedad americana es muy frecuente el llamado ‘culto y posterior asesinato al héroe’: una persona hace algo extraordinario, se la ensalza a niveles desmesurados y después se intenta negar el mérito de la acción a la primera oportunidad.
Eso es lo que enfoca la película, el posterior intento de culpar a Sullenberger, por parte de la Junta Nacional de Seguridad del Transporte (NTSB) , tachándole de imprudente, porque las sucesivas simulaciones demuestran que pudo haber regresado al aeropuerto de La Guardia y no haber puesto en peligro la vida de esas personas.
De encumbrado en una alienante e incómoda posición de héroe popular, pasa a ser una diana fácil. Cansado, agobiado, las dudas lo corroen. Sullenberger termina por convertirse en un héroe cansado e incomodo de sí mismo.
La película se cierra con un sobrio apoteosis en el que Sullenberger rechaza ser el héroe del accidente, rechaza el heroísmo de su acción porque realmente él no es un héroe, para él los héroes no existen.
También se defiende de las alegaciones de impudencia de la NTSB afirmando que un accidente, con toda su complejidad, no puede ser reproducido en las frías y calculadoras salas de prueba, porque jamás a nadie le preparan para algo inesperado (el fracaso) sino para alcanzar el objetivo sin dudarlo (el éxito). Nadie se entrena para afrontar un accidente. Es ese factor humano que no se puede reproducir en laboratorios, que es consustancial al ser humano. Las personas no son máquinas automatizadas ante cualquier situación.
No quisiera terminar el artículo sin lanzar una perspectiva para el futuro. Esta película seguramente será olvidada dentro de la larga lista de obras del autor a pesar de ser bastante buena. Clint Eastwood tiene ya 86 años, dudo mucho que tenga tiempo y energías para embarcarse en un nuevo proyecto. Por lo que personalmente veo en esta película, su despedida implicita y un testamento artístico.
Eastwood es y será una figura titánica dentro de la historia del cine, creador de obras maestras y hombre polémico. Ver una de sus películas siempre es una buena oportunidad de admirar el trabajo de un maestro.