«Me voy sin mirar hacia atrás»

«Me voy sin mirar hacia atrás»

ARTURO SALAZAR, PR4

No había relente cuando cayó la noche. Sin embargo, aunque el cielo se nubló y en el firmamento dejó de verse, la luna y su tenue luz, el transcurso de lo que quedaba de día, parecía estar en medio de la jungla más húmeda de todos los tiempos.

No obstante, resultó un poco extraño el temporal de últimamente, puesto que en toda la jornada de hoy el sol brillaba más que nunca. Por eso Judith Sánchez no se llevó su paraguas blanco al trabajo y tuvo que mojarse un poco para llegar al coche cuando saliera de su ocupación. Llegó tarde a recoger a su hijo de la casa de la niñera, el tráfico era lo peor en el centro y el ruido era como un petardo que te estalla en la oreja. Además, esa misma avenida estaba llena de semáforos, se ponen en rojo tan rápido como una persona tarda en pestañear y calculó que estaría allí en veinticinco minutos o treinta como mucho.

Diez minutos después, el teléfono empezó a sonar. Judith buscó el móvil en el bolso sin dejar de apartar su mirada de la carretera, pero no lo encontró. Despistada, se giró, aprovechando que estaban parados y lo sacó de las bolsas de la compra.

Buenas noches, Judith- respondió la niñera – ¿Cuánto te falta? El niño está listo.
Me vas a tener que disculpar, se me ha hecho tarde y estoy atascada en el centro, hay mucho tráfico hoy.
No te preocupes, de verdad, no pasa nada ¿Cuánto tiempo te llevará?

Judith se quedó callada un momento. Fuera en la calle estaba mirando a alguien que pasaba por allí. Lo reconoció al instante, empezó a temblar.

¿Hola, Judith? ¿Se ha cortado la llamada?

La voz de la chica la hizo volver en sí, se calmó y respondió que no era nada.

Estoy en tu casa en diez minutos- Contestó con prisas -¿Qué está haciendo ahora Rubén?
Está viendo una película que le he puesto, de dibujos.
Te lo agradezco, nos vemos ahora.

Judith colgó y dejó el móvil en las marchas del coche. Mientras lo hacía, avanzó lentamente. En el rato que llevaba hablando, había puesto la calefacción a una temperatura normal y cuando llegó a la casa de la niñera, empezó a dar vueltas con el coche en busca de aparcamiento.
Se cansó enseguida de tantas vueltas que había dado sin ningún resultado. Aparcó en el primer vado que vio, lo más cercano posible a la casa, para no mojarse porque había empezado a llover mucho.
Bajó deprisa y se puso la chaqueta por encima, cogió el móvil, el bolso y un cigarro que se fumó por el camino; después, tiró la colilla a la basura. No había mucha gente, tampoco parecía haber coches, así que cruzó la calle sin mirar.
Llegó a la puerta y tocó el timbre, no tardaron mucho en abrir. Judith la saludó y le dio las gracias. La niñera le invitó a entrar, pero Judith le dijo que no hacía falta y que otro día se quedaría para tomar algo en alguna cafetería.
Antes de despedirse, la niñera le ofreció un paraguas y lo aceptó sin rechistar.

Empezó a hacer más frío y el viento se levantó. Era como si la misma noche estuviera cantando una melodía monótona, que se repetía constantemente y luego se callaba.

Llegaron al coche y Judith sentó a Rubén en su sillín, le puso el cinturón y después ella cerró la puerta. Entonces, guardó el paraguas y, justo en el momento en que lo inclinó levemente para sacudirlo y dejarlo al lado de ella, le vio.
El viento paró de repente como hacía un momento, y una nube en el cielo dejó paso a la luna llena, que iluminaron a ambos con un rayo de luz blanquecina y enigmática. Sin embargo, aún seguía el mal tiempo, hacía mucho frío y Judith se ajustó su chaqueta bien. Se dirigió hacia él con rabia y, en un instante, se enfadó con ella misma y con él. Estaba confundida por haberle dado la sensación de lo había visto antes, cuando estaba en el centro, cruzar la calle.

Le miró a los ojos. Ella era más bajita que él y llevaba ropas oscuras.

¿Qué haces aquí, Carlos? – preguntó Judith con seriedad.

Tardó un poco en responder. Desde que ella se puso delante de él, no le quitó el ojo de encima.

¿No saludas primero?

Su voz era grave, potente y fuerte, a pesar de que estaba hablando normal. A Judith le trajo recuerdos, al menos los que ella quería conservar, tanto buenos, como malos.

– Digo yo que es la forma más conveniente de empezar una conversación.

¿Qué quieres? – siguió insistiendo Judith, quería ir al grano, llegar a casa de una vez y cenar, que al día siguiente tenía que madrugar.
Nada, pues, venía a recoger a Rubén.
Rubén ahora está conmigo. ¿Por qué vienes ahora a por él?

Miró hacia el coche y vio que el niño se había dormido. Se puso nerviosa y empezó a morderse las uñas.

– Te vas sin más, desapareces, y ahora tienes los cojones de plantarte aquí y decirme que vienes a por mi hijo.
¡También es mi hijo! Tengo derecho a verle porque…
¡No! – le cortó ella rápidamente. – No.

Se le humedecieron los ojos y frunció el ceño, estaba a punto de romper a llorar.

– Lo perdiste en el momento en que me pegaste delante de él.

El ambiente se puso tenso. Dejó de llover. Estuvieron un rato de pie, Judith mirando al suelo y Carlos a ella.

Me debes dinero ¿Sabes? ¿Cuándo me lo vas a dar?

Él no respondió nada.

Lo necesito- continuó ella – Llevo mucho tiempo esperando, te estoy dejando esta opción, sabiendo tú que en cualquier momento me saco un abogado de donde sea para que me lo des, porque me lo debes.
Tenía que pagar cosas.
Ya, ya, seguro. Yo tengo que pagar el alquiler del piso, sola, y no cobro hasta dentro de dos semanas, y también pagó a la niñera, que hoy no lo he hecho, pero que no tardará en escribirme un mensaje, diciéndome que le pague. Tengo que hacer horas extras para llegar a fin de mes y sacar a Rubén adelante. ¿Tú qué cosas estás pagando, que no te dan tiempo a ahorrar para mí?
Lo haces tú sola porque quieres, mujer- se defendió.

Judith, a cada palabra que decía Carlos, era un bono, una entrada de parque de atracciones que estaba deseando entrar y pisar, correr, saltar. Le ponía de los nervios hasta el punto de que no sabía ni lo que ella misma se decía mentalmente para relajarse.
Si no me vas ayudar…- prosiguió Judith mirándole a los ojos – Entonces déjame, lárgate como hiciste la última vez y no vuelvas. Estoy muy ocupada.

Se dio media vuelta y entró en el coche, hizo marcha atrás y se fue por otra calle para no tener que pasar delante de él.
Algo cambió en el rostro de Carlos. Sacó sus manos de los bolsillos. Ambas sostenían algo muy pesado y peligroso que no dudaría en utilizar… más pronto que tarde.

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