Lisias, biografía

Lisias 24
21 de agosto de 2024
De Sailko – Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=30947719

Biografía de Lisias

Lisias es hijo de un meteco habitante de Atenas llamado Céfalo. Vivió a caballo entre finales del siglo V a. C. y principios del IV. Recordemos que un meteco era un griego afincado en una ciudad griega que no era la suya natal. En concreto, Céfalo era de Siracusa, al Sur de Italia, la llamada Magna Grecia. El padre de Lisias era fabricante de armas y con esto amasó una gran fortuna. Lisias, nacido no en Siracusa, la patria de su padre, sino en Atenas, demostró más interés por las letras que por el oficio de herrero. Con el tiempo, Lisias conseguiría ser reconocido como ciudadano ateniense, estatus que le sería arrebatado en tiempos políticos contrarios a aquellos en los que se le había concebido este honor. Así, su situación administrativa en Atenas osciló, dependiendo del signo de los tiempos, entre ser meteco y ser reconocido ciudadano.

Obra

Los filólogos de la antigüedad le atribuyen la autoría de unos 400 discursos, de los cuales la tradición nos ha legado algo más de treinta. De estos treinta, una quincena están bajo sospecha de no ser auténticos de Lisias, por carecer de las cualidades generalmente atribuidas al escritor: claridad, sencillez, lenguaje transparente, ausencia de rebuscamiento, ethos, es decir, adaptación del discurso al carácter de quien debía pronunciarlo.

Características de su obra

Los discursos de Lisias son de carácter judicial. Es decir, se trata de discursos para ser pronunciados ante un jurado. A diferencia de hoy en día, en que en un juicio vamos acompañados por un abogado que habla y hace gestiones en nuestro nombre, en la Grecia Clásica, en un juicio quien se defendía era el acusado en persona. Habida cuenta de que el grado de alfabetización de los griegos dejaba mucho que desear y de que no todo ciudadano ostentaba la habilidad para hablar ante el público, y menos para argumentar una defensa como correspondía, determinados personajes, llamados logógrafos, se dedicaban y se ganaban la vida escribiendo discursos de defensa para terceros. Este es el caso de Lisias. El acusado debía entonces estudiar de memoria y pronunciar el discurso, añadiendo elementos personales, como gesticulación, inflexión de la voz, etc. El buen logógrafo era aquél que era capaz de comprender el carácter de su cliente y construir un discurso que se adaptara al mismo, con el fin de rentabilizar al máximo la verosimilitud y, sobre todo, convencer, objetivo último de la retórica.

El Discurso 24En favor del Inválido

El inválido es un personaje que se presenta ante el jurado para defender su pensión de invalidez. Según nos cuenta Aristóteles, el Estado otorgaba a los lisiados sin medios de subsistencia dos óbolos como pensión alimenticia. Con carácter anual, el Consejo encargaba una revisión de dichas pensiones, así como las propuestas para otorgar nuevas.

Los ciudadanos atenienses, como tales, estaban capacitados administrativamente para denunciar cualquier delito público, y nuestro personaje inválido recibió una denuncia por estar cobrando algo que realmente no necesitaba. Es fácil imaginarse una Atenas pequeña, del tamaño de un pueblo, donde todo el mundo se conoce, y donde brotan las envidias por doquier, y los motivos para denunciarse unos a otros. Bien es verdad que, para poner freno a las denuncias falsas y al colapso del sistema judicial ateniense, los denunciantes que perdían el juicio eran severamente castigados a su vez.

El denunciante de nuestro inválido lo acusa de tres delitos:

  1. De no ser realmente inválido.
  2. De tener un oficio que le reportaba suficiente beneficio para subsistir.
  3. De ser una persona poco grata, por aprovecharse impunemente de los subsidios públicos.

El Inválido, que seguramente era un auténtico abusador de lo público, se defiende exagerando su condición de lisiado y de paupérrimo, además de atacando personalmente al acusador. El juicio debió ser realmente divertido. Podemos imaginarnos al inválido representando de forma exagerada y teatrera ante el jurado su invalidez y pobreza, un personajillo que es capaz de ir a juicio y de airear sus trapos sucios por la ridícula cantidad de dos óbolos. La mezquindad que él tiene es justamente la que acusa en el acusador: un hombre que es capaz de molestar a un pobre lisiado como él, ¿qué beneficio puede reportar a la ciudad? El acusador insiste en el hecho de que monta a caballo y de que utiliza dos bastones, síntoma de riqueza. El lisiado se defiende preguntando qué de malo tiene haberse inventado un sistema cómodo para transportarse en los viajes largos y diciendo que el uso de dos bastones, en vez de uno, es una prueba superior de su grado de minusvalía.

En fin, una obra en la que, por ponerse en juego una cantidad de dinero risible, a buen seguro tenía en su trasfondo un caso de enemistad personal, por no hablar de pasional.

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