Dice Emilio Lledó que “enseñar no es solo una forma de ganarse la vida sino que es, sobre todo, una forma de ganar la vida de los otros”. Se puede afirmar que muchas personas han salvado su existencia gracias a buenos maestros y maestras. Quizás gracias a uno solo.
“Nadie olvida a un buen maestro”, reza el título de un libro de Raúl Cremades. Si cada uno mira hacia sí mismo podrá encontrarse, probablemente, con algunos maestros o maestras de ese tipo. De esos que no han pasado en balde por la vida de los alumnos y de las alumnas. De esos que han dejado huella.
En el libro “Mal de escuela”, de Daniel Pennac, comenta que a él le salvaron tres profesores. Dice de ellos que tenían una característica común. Y la describe con una expresión contundente: “nunca soltaban a su presa”. Qué hermosas palabras, qué extraordinaria realidad.
Daniel Pennac fue librado del fracaso escolar hasta convertirse en un famoso novelista traducido a muchos idiomas, y un acreditado profesor de literatura en secundaria.
¿Cómo son esos profesores y profesoras que “nunca sueltan a su presa”?
Son profesionales comprometidos con su tarea, a quienes les importan las personas, que tienen pasión por lo que hacen. Dice Stendhal que “hay que desempeñar el oficio con pasión”. Viven la tarea como un reto, como una aventura, con un nivel de compromiso que va más allá del cumplimiento de los mínimos. No realizan una tarea por un sueldo, son personas que empeñan su vida comprometiéndose con los demás, para enseñar, para invitar, para dialogar…
Son profesionales perseverantes. No se gana a una persona, no se le salva de una catástrofe vital, no se le ayuda a desarrollar o recuperar su autoconcepto, no se consigue encarrilarla con una sola conversación, con un gesto mágico, con una intervención milagrosa. El éxito suele ser fruto de la paciencia, de un conjunto concatenado de pequeños éxitos y de grandes fracasos. El desaliento no tiene cabida en su corazón a pesar de todas las evidencias en contra. Siempre gana en ellos la esperanza, la fe en el otro.
Son profesionales optimistas, aunque tienen sus dificultades y sus problemas. Creen como Phillipe Meirieu que “la educabilidad se rompe en el momento que pensamos que el otro no puede aprender y que nosotros no podemos ayudarle a conseguirlo”. Saben que sin optimismo no podremos ser buenos educadores.
Son profesionales creativos. Se las ingenian para llegar al otro, para mostrar interés por él sin avasallarle, para dialogar aunque se cierren herméticamente. Saben que cada persona es única, irrepetible, irreemplazable, dinámica y llena de valores. Saben que lo que hay que hacer con cada persona no aparece en un manual. Por eso, a veces, buscan formas de intervención nunca vistas, nunca ensayadas, que solo valen para esa persona, para ese momento de esa persona.
Son profesionales pacientes. La paciencia exige muchas veces tranquilidad, porque la reacción primera es desesperarse y abandonar. Cuando ven que una y otra vez se rechaza por el interesado la mano tendida, la tentación es retirar para siempre la mano. Pero nunca sucumben.
Son profesionales competentes. Personas con un elevado nivel de saber profesional. De la misma manera que un cirujano no puede realizar bien una operación si no domina las destrezas profesionales de su oficio, por mucho que ame a su paciente, el/la docente no puede tener éxito si no es competente en las habilidades de su oficio.
Empieza un nuevo curso. Se abren las puertas de los centros y se abren las puertas de las mentes y de los corazones de las personas que van a compartir una experiencia educativa única.
Adapt. Miguel Ángel Santos Guerra