Tras tantos años, al fin los dos caballeros volvieron a encontrarse, era una noche tormentosa en la cumbre de una montaña. Uno para vengar definitivamente a su padre asesinado, el otro para acabar de una vez con el pasado. Desenfundaron sus espadas y se lanzaron al asalto.
Desde lo mas profundo del valle, se escuchaban los gozosos alaridos del infierno, los endemoniados esperando disfrutar de las suaves carnes del último corazón puro. El trueno, la grave y gloriosa voz del último dios, y el rayo, su mano ejecutora, henchida de la voluntad de imponerse al mal.
Estocada, tras estocada. El joven, agraviado y ansioso de venganza, hacía acopio de todas sus fuerzas, pero a pesar de toda su determinación, pronto comenzó a ceder, su frágil cuerpo dudó, tembló, y cayó al suelo.
-¡Tú no eres un ser humano!- gimió el muchacho.
No lo era.
Era un demonio encarnado, el Satán, un enamorado al servicio del mal y el dolor. Levantó su espada. Tras su falso rostro se veían las infinitas almas ardiendo del sufrimiento.
-Pobre miserable, pequeño infeliz… ¡Aquí tienes el castigo a tu osadía! ¡Y que tu muerte enseñe que jamás hay que desafiar al mal!
El rayo cesó, el trueno enmudeció. La espada cayó y partió el delicado cuello, la sangre, aprisionada, fue liberada cual caudaloso río. El demonio agarró la cabeza y la levantó triunfante, por encima de la montaña, por encima del valle, por encima del mundo.
-¡Jamás olvides, desdichado, que ahora jamás podrás vencerme, renegaste de él, aquel que te creó con amor, y ahora has abrazado el mal con religioso fervor!…- los lamentos y gritos podían escucharse incluso allí, en la cima más alta del mundo.
-… ¡Porque al liberarte, fuiste incapaz de elevarte, y al ver el crepúsculo de tus ídolos, abrazaste la única verdad cierta en el universo: el mal! ¡Yo soy el mal! ¡Ahora yo soy el dios del mal! ¡Ahora yo soy el único y verdadero Dios!
El trueno calló para siempre, el rayo cesó para la eternidad. Una luna rojiza surgió del horizonte entre las negras nubes.
-Vuestra última esperanza ha muerto, ahora dormiréis para siempre en la pesadilla, pues empieza mi reinado en la noche sin fin. El infierno se hará tierra y espíritu humano morirá. El amor se volverá satánico, el mal será bendecido, y la bondad, perseguida.
El nuevo Dios se elevó por encima de la tierra, del mundo, del universo y se sentó en el caído trono celestial, con su corte de ángeles renegados. Ahora ya no habrá duda sobre la persistencia del mal.