El 30 de julio de 1962, sobre las dos menos cuarto del mediodía, Fermín entró en pánico. A sus treinta y dos años llegó a dudar incluso de su capacidad para hacer una suma. Por si acaso, comenzó el recuento de nuevo. Esa discrepancia entre números solo podía ser fruto del calor y el cansancio. ¡Cómo iba a estar ocurriéndole a él algo así, durante su servicio, a plena luz del día! Henchido de rabia, les obligó a repetir hasta tres veces más, brazo en alto, los arriba a España y a Franco, para intentar robar algo de tiempo a la realidad y recuperar la fuerza necesaria para hacer saltar todas las alarmas. Porque sí, no había duda: faltaban once presos en la prisión de San Miguel de los Reyes.
De capital de la República a Valencia del Cid
Tras el fin de la guerra, en València, donde dos años antes se había refugiado el gobierno de la II República, se apelotonaban miles de republicanos tanto en sus cárceles como en otros espacios habilitados para concentrar a la nueva población reclusa. Por ejemplo, el convento de Santa Clara para presas políticas o la plaza de toros transformada de la noche a la mañana en campo de concentración. El antiguo monasterio de San Miguel de los Reyes, que originariamente fue una alquería andalusí, situado a las afueras de la ciudad, rodeado de huerta y de cielo, ya era presidio desde las postrimerías del siglo XIX, por lo que fue rápidamente convertido en uno de los principales espacios carcelarios para presos políticos, llegando a reunir hasta cuatro mil hombres los primeros años de posguerra.
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